—¿Yo... Qué hice? —preguntó Chi Rui con una exasperación desesperada en su voz—. No soy yo el que acaba de intentar derrumbar las paredes con su voz. Sabes pequeña, para alguien que se llama a sí misma una dama, a veces no te comportas como tal. Las damas no gritan de esa manera.
—Solo muévete hermano, antes de que te dé una patada como solía hacer cuando éramos niños —amenazó ella.
Avanzó y se encontraron en la cafetería recién amueblada. Todo estaba pintado de blanco, con mesas y sillas debidamente organizadas. En cada mesa había dos sillitas para niños pequeños que la sorprendieron. ¿Alguien las había preparado para sus hijos?
—Hermano mayor añadió las sillitas para niños hace dos días. Están atornilladas al suelo para asegurarse de que el niño no se caiga —informó Chi Rui cuando la vio mirándolas con confusión.
Ella sonrió agradecida y dijo:
—Como siempre, hermano mayor me mima más que a los demás.