La pareja regresó a la fiesta recién duchados y oliendo igualmente a margaritas. Si alguien miraba más de cerca, notaría que la cara de Chi Lian estaba terriblemente roja y Muyang la miraba como un esposo devoto mira a su esposa.
Mientras caminaban, rodeó con un brazo su cintura y la ayudó cuidadosamente a bajar las escaleras como si de repente ella fuera tan delicada.
—Deja de mirarme así —le susurró Chi Lian mientras le pellizcaba la dura cintura. Aunque no podía verlo, podía sentirlo. Y cuánto más la miraba así, más roja se ponía.
—Pero no puedo evitarlo, sigo pensando en lo que hicimos en el baño —le susurró él.
Cuando ella escuchó sus palabras, su cara se puso aún más roja, y las puntas de sus orejas se calentaron.
—Yo no hice nada, usaste mis manos para ayudarte a ti mismo —chilló ella.