Rápidamente, antes de que la puerta pudiera ser forzada, Chi Lian se quitó los pantalones de carga y se envolvió en una sábana vieja. Luego se acostó y la abuela de Wuxi procedió a limpiarle la sangre falsa de la pierna y a vendarla.
—Jefe, mi abuela dice que nadie debe molestarla cuando está tratando al paciente —Wuxi continuó repitiendo las líneas que le habían dicho.
—Empújalo y derriba esa puerta si es necesario —ordenó el jefe.
La abuela de Wuxi se levantó y abrió la puerta ella misma.
—¿Por qué intentan todos forzar la entrada? ¿Alguna vez he permitido que entren cuando estaba tratando a alguno de ustedes? —preguntó con valentía.
—Solo queremos ver si la extraña se ha marchado —informó el jefe—. Ustedes saben lo peligroso que puede ser este lugar para los extraños —sus palabras sonaban educadas pero tenían un matiz de advertencia.
—La joven está adentro, he terminado de curarla y está durmiendo.
—Despiértala, debe marcharse de inmediato —insistió el jefe.