—Quiero que cuentes mi parte de la historia —respondió Hian instantáneamente—. Expon a ese bastardo, muestra al mundo qué demonio es.
Hian se derrumbó en lágrimas, llorando como un bebé que no podía encontrar a su madre.
Las personas que pasaban miraban a los dos de manera extraña. Uno era un joven o una joven bien vestido que estaba de pie con el ceño fruncido y el otro era una abuela anciana que lloraba de manera desgarradora.
Juzgando solo por esta escena, cualquiera asumiría fácilmente que el joven había acosado al anciano. Eso era lo que imaginaban los transeúntes y no dudaban en mirar en dirección a Chi Lian con ceños fruncidos.
Chi Lian se acercó a Hian y la atrajo hacia su abrazo para darle un abrazo.
—No te preocupes, ese bastardo pagará por todo lo que te hizo —susurró.
—No puede ser permitido tener a mi hijo —sollozó Hian.
