Ella vio la pequeña esperanza en los ojos de la niña extinguirse como las últimas brasas moribundas en una chimenea. Pero tenía que ser directa con ella. No tenía la costumbre de acoger a personas inútiles, si la niña no era más que otra boca que alimentar y cuerpo que proteger, entonces lo único que hacía era aumentar su carga de trabajo.
—Ja, ja —rió la niña sin esperanza—. No sé en qué estaba pensando. ¿Por qué más me querrías si no es para que haga tu trabajo sucio? —dijo, su voz teñida de amargo sarcasmo.