Aiden no había dormido bien. Por primera vez en lo que parecían ser siglos, su habitual descanso sin sueños había sido plagado por pesadillas desarticuladas—destellos de cosas yendo terriblemente mal. Sus instintos, afilados tras años de navegar la incertidumbre, gritaban que algo no estaba bien y podría ir terriblemente mal. Esa inquietud se mantuvo con él, mientras las horas de la noche pasaban lentas haciéndolo incapaz de dormir.
No sabía si esas pesadillas serían resultado de la ansiedad por Ella y su padre o algo completamente diferente. Algo, una duda persistente, parecía recordarle que se estaba olvidando de algo. Pero no podía recordar qué era.
Y entonces, cuando sintió que alguien entraba en su habitación justo antes del amanecer, cada nervio de su cuerpo se tensó y, una vez más, olvidó sus dudas persistentes. No se movió pero permaneció perfectamente quieto, su respiración lenta y medida, mientras se preparaba para lo que fuera—o quienquiera—que se atreviera a entrar.