Si alguien pensaba que Mabel Hawk había terminado por el día, estarían muy equivocados. La formidable matriarca, conocida por su voluntad de hierro y el brillo agudo de determinación en su mirada, ya había manejado un obstáculo y ahora fijaba su vista en el siguiente. Su bastón golpeaba con un ritmo staccato contra el suelo de mármol pulido mientras se acercaba a la oficina, cada paso resonando con una autoridad silenciosa que no dejaba lugar a dudas.
—Deja de titubear, señorita Mahi. Sé que ella está ahí dentro —espetó Mabel, su voz nítida y sin admitir réplica—. Y si me haces esperar un momento más, no será bueno para ti. Recuerda, te he visto desde que no eras más que una niña inocente.
Su sonrisa ensayada vaciló bajo la mirada abrasadora de Mabel, y dio un rápido asentimiento. —Presidenta Hawk