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—Serena, es un placer verte.
—Sidney. Qué placer encontrarte... no.
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Sidney sonrió, imperturbable ante su tono ácido. Siempre había sabido que Serena tenía una lengua afilada, pero nunca imaginó que algún día estaría en el extremo receptor de esta. Aun así, se encontró extrañamente cómodo con eso—por ahora. Había un destello de diversión en sus ojos, aunque no lograba ocultar del todo la amargura que se cocía justo debajo de la superficie.
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—Toma asiento —dijo, sacando una silla para ella con un movimiento suave y práctico, su mirada fija en ella como retándola a rechazarla.
—Como si no fuera a sentarme si no lo decías —replicó ella.
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