—¿Qué quieres desayunar hoy, señora? —preguntó Aiden, alzando la vista justo cuando Serena salía de su habitación, todavía medio dormida.
Serena se quedó helada, entrecerrando los ojos hacia el hombre que estaba en la cocina, ya vestido impecablemente para trabajar. Maldición. También ella debería estar preparándose para su primer día, pero apenas había dormido. ¿Cómo iba a hacerlo si los pensamientos sobre él la habían torturado toda la noche, manteniéndola despierta? Y ahora aquí estaba él, fresco como una lechuga, tranquilo y sereno, como si no hubiera pasado la noche visitando sus sueños.
Entrecerrando sus ojos, forzó una dulce sonrisa y se acercó más a él. —Tú —respondió ella—, te comeré a ti de desayuno.