Cuando Serena salió de la oficina del abogado, no esperaba ver a Sidney todavía rondando por la entrada. Se detuvo en seco, cruzando los brazos con un suspiro dramático antes de rodar los ojos hacia él. —¿En serio? ¿Eres como un chicle pegado a mi zapato? ¿Por qué sigues aquí? ¿Qué tengo que hacer para deshacerme de ti?
Sidney, imperturbable ante su tono cortante, le ofreció una sonrisa tranquila. —Bueno, para empezar, podrías dejar de intentar sacudirme tanto. Hizo un gesto hacia su coche, aparcado cerca, y se movió para abrirle la puerta del pasajero con una destreza práctica y casi caballeresca. —Solo trato de hacer esto lo más fácil posible para todos, Serena. Incluyéndote a ti.