Si el hogar no fuera un lugar, sino un destino, él sería un lugar de soledad para ella.
Killorn ayudó a secar a Ofelia después del baño. El viento aullaba fuera de las murallas, la nieve comenzaba su descenso, lavando de blanco sobre la sangre. Mientras una tormenta empezaba a desatarse sobre el Ducado Mavez, nada podía igualar la ferocidad del dormitorio principal.
Los troncos de madera se quemaban hasta convertirse en carbón, deslizándose y cayendo contra las llamas, evocando brasas en el aire. Killorn se inclinó y besó a su esposa, sus labios tiernos en su frente. A través de su respiración temblorosa, ella saboreaba el momento. Era piel contra piel, su espalda en el colchón, y su poderoso cuerpo sobre el de ella. Estaba completamente y absolutamente dominada por este hombre, pero de alguna manera, no sentía terror.