—No te preocupes —dijo la voz desconocida, seguida por el aroma del invierno con un ligero toque dulce que era frío y reconfortante al mismo tiempo—. Yo te tengo.
A pesar de sí mismo, Oliver se tranquilizó. Sí, aún sufría por el calor pero el miedo, la ansiedad y el temor parecían haberse derretido como por arte de magia. El calor lo envolvió, protegiéndolo del viento aullante y se acurrucó más en busca de consuelo. Abriendo los ojos con dificultad, su visión borrosa captó la línea de una mandíbula afilada y cabello plateado que creaba un contraste llamativo contra el cielo nocturno. El rítmico latido del corazón del otro sonaba cerca de sus oídos, que se convirtió en su ancla para aferrarse en medio de la embestida de sensaciones extrañas que abrumaban sus sentidos.
¿Quién... quién era eso? Oliver pensó con la mente nublada. ¿A dónde lo llevaría...?