Hace media hora.
La garganta de Moshe estaba seca, muy pero muy seca. Se sirvió otra copa de vino y la bajó de un trago, pero nada podía calmar la sed que en ese momento lo consumía. No podía quitar los ojos del hombre en la pantalla. Tan vivaz que ni siquiera la cámara de más alta calidad podía capturar completamente su finura.
Se movía como si tuviera un tango con el aire, desde la punta de sus dedos hasta las plantas de los pies... cada hebra de músculo estaba cuidadosamente controlada. Despiadado, salvaje, hermoso.
—Perfecto... —Moshe respiró. Sí, esto era lo que quería ver. Lu Yizhou, que no se contuvo. Lu Yizhou, que explotó con poder y elegancia. Lu Yizhou, que se movió con una sola intención de deshacerse de cualquiera que se interpusiera en su camino. Hacia él. Hacia Moshe.
Sin siquiera quitar los ojos de la pantalla, buscó a tientas para llamar a Trece.
—¿Necesita algo, Señor? —respondió Trece.
