Desde aquel día, una nueva puerta parecía haberse abierto para ambos. Moshe estaba enganchado, no podía tener suficiente de jugar con su mascota. Era como si estuviera reviviendo sus primeras experiencias una y otra vez. Aiden era fascinante, cautivador, divino… Una obra de arte que Moshe quisiera adorar todos los días.
No tenía miedo ni dudaba de que Aiden no aceptara lo que le había dado. De alguna manera, en su interior Moshe sabía que Aiden podía con todo, que su mascota también sentía la emoción y el placer como él, no, incluso más que eso. Era como si cada parte de él estuviera tallada solo para satisfacer los deseos de Moshe.
Era más que perfecto.
Moshe pensaba que la novedad desaparecería lentamente si jugaba con Aiden una y otra vez. Y qué equivocado estaba. El aburrimiento que Moshe anticipaba no llegaba. En cambio, cada sonido que Aiden hacía, cada movimiento de sus cejas, cada cambio de su cuerpo, Moshe se encontraba catalogando cada uno de ellos y aún queriendo más.