Heimo pasó la cena en un dilema, su estado de ánimo alternando entre querer tejer un poema sobre la belleza de Jingxue-Jun o esforzándose por esconderse en un lugar donde pudiera escapar de la tierna mirada del hombre. La sentía vívidamente sobre su cabeza, provocando escalofríos en la nuca. Heimo estaba seguro de que si levantaba la vista, podría encontrar a Jingxue-Jun mirándolo con una mirada tan intensa que hacía palidecer la luz de la luna. No estaba tan ajeno como para no entender lo que el otro estaba insinuando.
Jingxue-Jun debía de... gustarle de la misma manera que él al hombre. Heimo estaba seguro de ello.