—¿Estás enfadado? —le pregunté a Natha una vez que estábamos en el cuarto privado del Señor.
Inmediatamente después de llegar, me sentó en la silla frente a la chimenea y me envolvió en una manta. Fue entonces cuando me di cuenta de que mis manos estaban frías, bueno, en realidad todo mi cuerpo. Me pregunté si sería por aquel espacio oscuro.
—¿Por qué iba a estar enfadado? —Natha inclinó su cabeza, pero los orbes plateados seguían fríos.
Hmm... había bastantes razones que podía pensar, como que vine aquí sin avisar, o cómo mi desaparición causó disturbios. Natha debió haber estado intentando averiguar qué pasó desde que Jade apareció sin mí, lo que significaba que tuvo que abandonar su trabajo y
¡Chas!
Pestañeé y miré los dedos de Natha frente a mí, antes de volver mi mirada a los orbes plateados. —No estoy enfadado —dijo Natha, suavizando su rostro con una pequeña sonrisa.
—Entonces...