Al final del sendero del bosque que lleva a un bonito mirador al otro lado del lago, vi a Arta sentada con las piernas cruzadas sobre una roca; mi diario de bodas en su regazo.
Me detuve detrás de la línea de árboles, contemplando cómo acercarme, pero Jade ya había volado hacia Arta antes de que pudiera evitarlo. El pajarillo pió suavemente y aterrizó en el hombro de Arta, tocando la mejilla del demonio.
Arta se volvió a mirarme, sonriendo como de costumbre aunque pude ver sus ojos hinchados. —¿Lesta te pide que hables conmigo, Joven Maestro?
Casi sollocé al ser descubierto tan rápidamente, y ella soltó una risita mientras levantaba a Jade de su hombro; esta vez, el pajarillo obedientemente se dejó coger. —Este no es tu camino habitual —añadió.
Bien, supuse que era demasiado obvio. Que Jade fuera tan suave y dócil también contribuía a ello, presumí.