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—¿Un pedazo de nuestra alma? —Mis ojos se abrieron como platos cuando escuché la explicación sobre la marca de la eternidad mientras D'Ara me llevaba por un paseo por el prado en el valle después del almuerzo.
—Sí —ella dibujó dos círculos con su mana en el aire—, uno azul y otro rojo— y miré mientras una sección de los círculos que se enfrentaban se retorcían y alargaban, formando líneas.
Las líneas se encontraron en el medio, entrelazándose entre sí, tirando una de la otra; las líneas azules se filtraron en el círculo rojo y viceversa. Se revolvieron alrededor una de la otra, impregnándose en la línea de la otra, fusionándose, hasta que, al final, ambos círculos se tornaron morados y se conectaron.