.-Alya-.En los pasillos, el eco de pasos apresurados resonaba, como una cuenta regresiva que se acercaba constante. Los ruidos parecían envolverse a mi alrededor, pero yo solo podía mirar el techo blanco, vacío, mientras daba mis últimos alientos. La calma se apoderaba de mí con cada respiración, más débil que la anterior.Lo curioso era que el dolor, ese que había estado presente durante tanto tiempo, ahora se había desvanecido. Las ataduras en mis muñecas, la incomodidad de estar postrada en esa cama... todo se había disipado. Y, de manera irónica, fue en este momento, aun después de todas mis luchas para mantenerme cuerda en ese infierno, fue la primera vez que tuve un rastro de lucidez. Parecía absurdo, pero mi cercanía a la muerte me dio una claridad que no había tenido en mucho tiempo."Esta será mi segunda muerte", pensé.La primera fue mucho más dolorosa, cuando toda mi vida se desmoronó. Cuando los sueños que alguna vez tuve — esos que me mantuvieron de pie, que me dieron esperanza— se convirtieron en cenizas. Ahí fue cuando morí por primera vez. La traición, el abandono, la humillación... me destrozaron de maneras que no creí posibles.Seguir respirando después de perder todo lo que amaba era una agonía constante.Pero esta segunda muerte... no dolía. Era diferente, más suave. No había resentimiento ni desesperación. Solo un vacío acogedor que me envolvía como una manta fría en una noche de invierno. Finalmente, pensé.Sentí cómo mi vida se desvanecería. Podía percibir cómo cada segundo se deslizaba, llevándose lo poco que quedaba de mí. Solo era yo y el silencio. Pero justo antes de que todo se apagara, escuché el sonido de la puerta abriéndose. Los doctores entraron apresuradamente, su presencia era una sombra fugaz en mi visión periférica. Y después... nada.La oscuridad me recibió, y pensé que por fin había terminado.Desgraciadamente, mi muerte no duró mucho.De hecho, fue rápido, como un parpadeo. Un segundo estaba dejando ir mi último aliento, y al siguiente, abría los ojos otra vez. Sin embargo, lo que vi no era el techo liso y blanco del hospital. No, era un techo beige, desgastado por el paso del tiempo.Parpadeé, tratando de entender qué estaba sucediendo. Mi mente aún estaba atrapada entre el alivio de haberme rendido a la muerte y la confusión de haber despertado en otro lugar. ¿Cómo era posible? Apenas podía recordar cómo había terminado todo, cuando, de repente, unos golpes fuertes en la puerta interrumpieron mis pensamientos.—¡Alya, levántate y ayuda con la organización de la fiesta! ¿Qué haces durmiendo a esta hora? —gritó una voz envejecida y áspera desde el otro lado de la puerta.Fruncí el ceño, sentándome lentamente en la cama. Dormir... ¿dormir? No, estaba segura de que estaba muriendo. Mi mente se sentía difusa, incapaz de procesar lo que sucedía.—¡Alya, contesta! —gritó de nueva la voz, más impaciente. El golpe de la puerta se hizo más fuerte. —¡Levántate de una vez y sal!Luchando contra la confusión y esperando a que se callara y se vaya, respondí — Sí... ya voy.Escuché un bufido al otro lado, y los pasos alejándose. Solo cuando el silencio volvió a instalarse, me atreví a respirar profundamente y tomarme mi tiempo para entender la situación. Observe mi entorno: una habitación relativamente amplia, con un baño, un armario, un escritorio y una cama que había conocido mejores días. Pero lo peor no era eso... lo peor era que reconocía este lugar.Era la habitación de la casa de mi padre. El lugar donde pase gran parte de mi vida, y en la que, después de mucho tiempo, me di cuenta que no era mi lugar seguro.Un sonido familiar rompió mis pensamientos. Una alarma provenía de un celular que descansaba en la mesita de noche. Lo tomé y recordé que este era mi celular de hace bastante tiempo. La pantalla iluminada mostraba la fecha.[01 de mayo de 202X][5:00 am]Me quedé mirando el dispositivo, perpleja. Este... este no era el año en el que morí.Apague la alarma viendo como mis manos temblaban levemente. Me levanté de la cama, fui al baño, me miré al espejo. Me veía más joven y mucho menos demacrada de lo que recordaba, mis ojos azules se veían más claros y vivaces, no tenía tantas heridas en mi cuerpo y manos; y mi cabello se veía más sedoso. Definitivamente era mi versión más joven.Me di una ducha rápida y me vestí apresuradamente con lo primero que encontré: unos jeans viejos y una camiseta blanca. No había tiempo para preocuparme por mi apariencia. Tenía que entender qué estaba pasando, dónde me encontraba y, más importante, en qué momento.La casa de mi padre, o más bien, la pequeña mansión donde había pasado gran parte de mi vida, se alzaba frente a mí, imponente y majestuosa, como si el tiempo no hubiera pasado por ella. Mis recuerdos se agolparon en mi mente, mi habitación, aunque estaba en la parte central de la casa, siempre había estado un poco apartada.Camine rápidamente por los largos pasillos. Mientras me acercaba a la zona donde todo solía tener más vida, noté un ajetreo inusual. El movimiento era mucho más frenético que de costumbre. Sirvientes de la casa y trabajadores contratados iban de un lado a otro, algunos cargando bandejas, otros acomodando sillas y mesas en el jardín. Flores frescas adornaban el patio, y una energía palpable de preparación flotaba en el aire.Confundida, me acerqué a una de las trabajadoras, deteniéndola de manera apresurada. —¿Qué está pasando? ¿Por qué tanto ajetreo?La mujer me miró como si me hubiera perdido algo obvio, frunciendo el ceño. —Es el cumpleaños 18 de la señorita Yanire —respondió, casi con desdén—. ¿Quién eres tú? ¿Por qué no estás trabajando?Me quedé callada por un momento, la sorpresa inmovilizándome.—Gracias —logré decir antes de alejarme.El cumpleaños 18 de Yanire... Las palabras resonaron en mi mente como si algo se quebrara lentamente. Yanire siempre había sido cuatro años menor que yo. Si este era su cumpleaños 18...—¡Alya! Ya era hora de que te despertaras, ve a la cocina, te necesitan —dijo la misma voz que llamó a mi puerta antes. Era la señora Choi, una anciana con el rostro marcado por el tiempo, pero con una mirada siempre severa. Ella había estado sirviendo en esta casa durante años y era fiel partidaria de Virginia, mi madrastra.Asentí en silencio, siguiendo sus instrucciones casi por reflejo. Caminé hacia la cocina, ese lugar que conocía tan bien, donde había pasado tantas horas trabajando sin siquiera pensarlo. Siempre me había gustado ayudar, sentir que aportaba algo, que era útil. En su momento, creí que era algo noble, que todos apreciaban mi disposición. Pero, ahora que lo pensaba, me di cuenta de algo que antes no había visto con claridad: en algún punto, mi disposición a ayudar se había convertido en una expectativa.La amabilidad que una vez fue voluntaria ahora era algo que se daba por hecho. Ya no era "Alya que ayuda", era "Alya, la que debe hacerlo". Así que mi lugar siempre había sido en los márgenes: organizando la fiesta, preparando los detalles o ayudando a vestir a Yanire para su gran día, de hecho, en los últimos años hasta me pedía que diseñara sus vestidos como "regalo de cumpleaños" claro después esos diseños los replico y los empezó a vender bajo su nombre mientras estaba encerrada.Mientras cruzaba la puerta de la cocina, una mezcla de nostalgia y frustración me invadió. ¿Cómo había permitido que llegaran a verme así?Entré a la cocina, donde me recibió con un sinfín de órdenes. Manos moviéndose de un lado a otro, cuchillos cortando, ollas hirviendo. Era todo un caos organizado. Me sumé rápidamente al trabajo, pero mis pensamientos estaban muy lejos de allí.Si Yanire cumplía 18 años, entonces eso quiere decir que ahora tengo 22 años. Sin embargo, morí a los 35 años eso quiere decir que...Retrocedí 13 años en el tiempo.