De repente, todo se volvió oscuro. Ya no flotaba en ese vacío cálido y tranquilo; ahora, estaba atrapado en un espacio diminuto. Era como si me hubieran aprisionado en un cuerpo que no reconocía. Sentí frío, mucho frío.
"¿Qué… qué está pasando?"
Los sonidos a mi alrededor eran extraños, confusos. Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía. ¿Dónde estaba? ¿Había reencarnado?
De repente, sentí que me faltaba el aire. No podía respirar. El terror me invadió de inmediato. "¡No! ¿Qué está pasando? ¡No puedo respirar!"
Escuché una voz femenina, alarmada. Estaba cerca, pero no entendía lo que decía. Sentí unas manos apresuradas levantándome. El frío que me envolvió aumentó cuando algo húmedo fue frotado en mi cara, pasándolo por mi nariz.
"¡¿Qué demonios está pasando?!"
El aire seguía sin entrar en mis pulmones. El pánico crecía dentro de mí. Sentí que me levantaban y de repente, sin previo aviso, me sumergieron en agua fría. El impacto fue brutal. Sentí el frío cortar mi piel—o lo que fuera que tuviera ahora. Era como si el agua helada estuviera estrujando mi alma, obligándola a volver a este cuerpo.
"¡Maldita loca! ¿Qué intenta hacer? ¿Ahogarme?"
En ese momento, todo cambió. El agua fría me obligó a inhalar con fuerza. El aire entró en mis pulmones de golpe, y con él, un dolor punzante. Solté un fuerte llanto, desesperado, sintiendo que por fin podía respirar.
"¡Cop… cop! ¿Qué… qué fue eso?"
Escuché una mezcla de alivio y emoción en la sala. Al parecer, lo que habían hecho había funcionado. Comencé a entender la situación: me había quedado sin aire, y esa mujer, la partera, me había devuelto a la vida de alguna manera.
Sentí una leve quemazón en mi brazo. Miré hacia abajo (o al menos lo intenté) y vi que un símbolo había aparecido en mi piel. Era una linterna, brillando con marcas alrededor, como si fuera un tatuaje. No tenía ni idea de qué significaba, pero estaba claro que no era algo común.
"La madre, que estaba a mi lado, comenzó a hablar. Aunque no entendía el idioma, el tono de su voz era cálido, lleno de amor."
"Oh, mi pequeño, no llores. Mamá está aquí," decía, acunándome con ternura.
Su voz, combinada con el calor de sus manos al secarme, me tranquilizó un poco. Por primera vez, el caos dentro de mí comenzó a calmarse. Mi cuerpo, aún frágil, fue envuelto en una suave manta y colocado en una cuna. A medida que me acomodaban, pude sentir cómo el brillo en mi brazo se intensificaba.
"Parece que ha nacido con una bendición", dijo la madre en su idioma extraño.
"¿Bendición? ¿Qué es esto? ¿Por qué tengo este símbolo?" Nada tenía sentido, pero al menos sabía que estaba vivo… otra vez.
Poco después, un hombre entró en la habitación. Su figura era imponente, grande y musculosa. Sus ojos rojos y su cabello blanco lo hacían parecer un guerrero, alguien que inspiraba tanto respeto como miedo.
"¿Cómo está el niño?" preguntó, acercándose a la cuna con una mezcla de preocupación y esperanza en su voz.
"Está bien", respondió la madre, visiblemente agotada. "Acaba de dormir. Parece que está cansado, como es de esperarse después de lo que pasó."
"Yo también estoy agotada", añadió ella, recostándose lentamente. "Necesito descansar un poco."
El hombre se acercó a mí, mirándome con atención. A pesar de su aspecto rudo, sus ojos mostraban ternura. Alargó su mano y acarició suavemente mi cabeza.
"Mi pequeño…"
"Espera… ¿qué está diciendo?" Quería entender, pero el idioma seguía siendo un completo misterio para mí. No entendía nada de lo que decían, pero sus gestos, la manera en que me miraban, eran inconfundibles. Estaban llenos de amor.
"Ponle un nombre," dijo el hombre. Su voz era firme, pero había calidez en ella.
"¿Un nombre?" La madre, aún tumbada en la cama, pensó por un momento. Su mirada se suavizó mientras me miraba. "Sí… ya sé qué nombre darle."
"¿Estás segura?" preguntó el hombre.
La madre asintió con una leve sonrisa. "Sí, lo he decidido. Nuestro pequeño hijo se llamará Ragnar."
El nombre resonó en mi cabeza como un trueno. "¿Ragnar? ¿Ese será mi nuevo nombre?"
Apenas escuché el nombre, sentí una punzada en el pecho y comencé a llorar de nuevo, como si mi cuerpo hubiera reaccionado instintivamente. El padre soltó una risa leve.
"Al parecer, le gustó el nombre," dijo el hombre, mirando a la partera.
Ella, aún preocupada, murmuró para sí misma. "¿Seguro que le gustó? Yo creo que no."
"¡Yo no sé si me gustó o no! ¡Ni siquiera entiendo lo que están diciendo!", pensé, tratando de calmarme, pero mi cuerpo seguía llorando. No tenía control sobre nada, como si estuviera atrapado dentro de un cuerpo ajeno, sin poder manejar lo que ocurría.
Mientras el agotamiento comenzaba a apoderarse de mí de nuevo, una cosa quedó clara: ahora era Ragnar. Y este sería el comienzo de mi nueva vida.