Así fue el comienzo de mi nueva vida. Y vaya que fue difícil. No podía controlar mi cuerpo, y antes de darme cuenta, lloraba por todo. Era frustrante. El hambre, por ejemplo… era abrumador.
"¡Maldita sea! ¿Por qué tengo que llorar tanto?"
Cada vez que mi estómago rugía, mi cuerpo reaccionaba solo, soltando un llanto desesperado que no podía controlar. Y siempre, como si lo supiera de antemano, aparecía esa mujer… mi madre, con una sonrisa cálida y una mirada llena de ternura.
"Oh, mi pequeño Ragnar, ¿todavía tienes hambre?" decía con esa voz que, aunque no entendía, me transmitía una extraña calma.
Con movimientos delicados, me levantaba en sus brazos, acomodándome en su regazo mientras se sacaba el pecho para amamantarme. Era la única forma en que podía calmarme, aunque, sinceramente, el hambre siempre volvía más rápido de lo que esperaba.
"Esto es humillante…", pensé. "No solo soy incapaz de hacer nada por mí mismo, sino que dependo de esta mujer para absolutamente todo, incluso para comer."
No había escapatoria de esta situación. Estaba atrapado en un cuerpo diminuto, sin control sobre nada. Incluso el acto más básico, como limpiarme, dependía de ellos. "Ser un bebé es mil veces peor de lo que imaginaba."
Sin embargo, no todo era tan malo. Tenía que admitir que, en algunos momentos, podía disfrutar de ciertas cosas. Mi madre era increíblemente amable, siempre hablándome con dulzura, acariciando mi cabeza y manteniéndome cerca. A pesar de mi frustración, había una especie de calidez en esa familia que no podía ignorar.
Un día, después de alimentarme, observé a mi padre a un lado de la habitación. Era un hombre grande y robusto, su aura intimidante llenaba el espacio. Pero esta vez, su expresión no era tan severa. En su rostro había una pequeña sonrisa, una que me desconcertó.
"Sí que es mi hijo," murmuró, casi como si confirmara algo para sí mismo.
Entonces noté que traía algo con él. Era… un pequeño cachorro, con un pelaje negro y una marca en forma de luna en la frente. El animal parecía cansado, su cuerpo encorvado, como si hubiera sobrevivido a una dura batalla. Mi padre lo llevó hacia mi madre, que acababa de dejarme en la cuna. Ella le dirigió una mirada curiosa y con un suave beso en la cabeza le preguntó algo, aunque las palabras no las comprendí.
Mi padre respondió con una leve risa. Podía captar el tono en su voz, aunque no entendía las palabras exactas. La conversación siguió fluyendo entre ellos, y a veces podía captar fragmentos. Mencionaron a unos "goblin" y al "bosque", aunque el resto se me escapaba.
"¿Qué está pasando?" pensaba mientras los veía interactuar, tratando de unir las piezas de la conversación. Aunque no entendía nada, el tono cambió de casual a serio cuando mi padre se acercó a la cuna donde yo descansaba. Colocó al cachorro a mi lado, sus grandes manos sosteniendo al pequeño animal con cuidado.
Fue entonces cuando comenzó a murmurar algo que me sonó como un cántico. Palabras en un idioma extraño, pero con un peso que me puso en alerta de inmediato. Podía sentir que algo estaba a punto de suceder, algo importante.
"¿Qué demonios estás haciendo?" pensé, incapaz de moverme, pero sintiendo una tensión creciente en el aire. El cachorro, que había estado débil y silencioso, comenzó a temblar levemente, como si también sintiera la misma presión.
Mi padre, sin detener su cántico, me miró por un momento, sus ojos llenos de una emoción que no pude descifrar. Luego, con una voz más grave, dijo algo que no entendí, pero que resonó en mi interior.
"Aguanta, hijo… esto va a doler."
De repente, sentí un dolor punzante, como si algo invisible atravesara mi cuerpo. Era un dolor que fluía desde mi pecho hacia el resto de mis extremidades. El cachorro a mi lado también empezó a gemir débilmente, sus ojos cerrados con fuerza. Ambos estábamos conectados de alguna forma. El dolor era intenso, pero no insuperable. Había sufrido mucho más en mi vida pasada, y aunque este dolor era nuevo, lo aguanté con todas mis fuerzas.
"¿Qué es esto?" me pregunté, mientras la energía parecía circular entre nosotros, creando un lazo invisible que nos ataba. Sentía cómo el vínculo entre el cachorro y yo se fortalecía con cada segundo que pasaba. Era como si algo más profundo, algo espiritual, estuviera ocurriendo.
Y luego, tan repentinamente como comenzó, el dolor desapareció. En su lugar, sentí una especie de conexión, un lazo inquebrantable que ahora existía entre el cachorro y yo. Estaba exhausto, apenas capaz de mantener mis ojos abiertos, pero supe en ese instante que algo había cambiado para siempre.
Mi padre dejó de murmurar y asintió con satisfacción. Se inclinó sobre mí y acarició mi frente con suavidad.
"El vínculo está hecho," dijo, o al menos eso fue lo que deduje por el tono de su voz. No entendía las palabras, pero el significado estaba claro.
El cansancio me venció poco después, y antes de perder la consciencia, miré al pequeño lobo que ahora estaba a mi lado. Sus ojos, aunque agotados, me devolvieron la mirada con una lealtad que no necesitaba palabras.
"Supongo que tú y yo estamos en esto juntos, pequeño…" pensé antes de sumirme en un sueño profundo.