El suelo bajo mis pies se desvanecía, mis piernas, pesadas, hacían un esfuerzo casi imposible por sostenerse. Mi interior estaba en un alboroto donde cada órgano parecía decidir por su cuenta cómo actuar.
El cofre en mis manos era testigo de toda mi confusión. Estaba sentada en mi cama, rodeada por las sombras que la luz del pasillo proyectaba desde la puerta entreabierta. Ruth, apoyada en el marco de la puerta, me observaba con una mezcla de curiosidad y preocupación, su botella de cerveza en la mano. Todo parecía estar en una dimensión lejana, donde lo natural ya no importaba.
Recordar toda la pasión que hubo entre James y yo me hacía sentir una vergüenza profunda, y a la vez, una necesidad desesperada por revivir ese momento. ¿Ambos besándonos? Peor que eso: James hablaba de protegerme de mi pasado. ¿Este tipo es un auténtico narcisista? Me quita mi casa y luego dice que intenta protegerme.
No sé ni qué creer. Intento defenderlo y, al mismo tiempo, busco el mínimo detalle para enjuiciarlo. ¿Y si es una táctica para desviarme de mis objetivos? ¿Por qué no dejó que tocara su pecho? Vamos, Emma, está claro que solo se divertía, pero no dejaré que pase de nuevo. No se lo permitiré. Pero entonces... esa confusión en sus ojos, esa mirada, esa luz que jamás había visto antes en él...
—¡Emma! ¿Estás bien? —La voz de Ruth me sacó del letargo en el que estaba sumida.
La miré desde lejos, como si aún vagara por algún rincón remoto. Luchaba internamente para no reconocer que ese lugar era James.
Pestañeé un par de veces y, con una voz perdida, dije:
—Sí, estoy algo dormida por la mala noche —respondí mientras pasaba una mano por mi cabello, intentando peinarlo sin mucho éxito.
Ruth sonrió de medio lado, levantando la botella de cerveza para tomar un sorbo.
—Oye, ¿andabas por la luna o qué? —bromeó.
—Estás roja, Emma, claramente te afectó el encuentro con tu abuela —su voz se llenó de compasión. Si Ruth supiera la verdadera razón por la que estoy así...
Ella se acercó, sentándose en el borde de la cama a mi lado. El colchón crujió ligeramente bajo su peso.
—Entiendo por lo que estás atravesando, no es fácil cargar con una herencia de magia oscura —dijo, bajando la mirada al suelo. La tristeza velaba sus palabras; hablar de estas cosas era duro para ambas.
—Jamás me has dicho qué puedes hacer tú. O sea, tus habilidades —respondí, enfocándome en su declaración, intentando distraerme de James.
Ruth suspiró y llevó la botella de cerveza a sus labios antes de responder. Su voz salió más baja, cargada de una amarga ironía.
—No sé... Antes me pasaba como a ti. Me enojaba y todo a mi alrededor se volvía un caos. Rompía todos los cristales. —Sonrió, pero con un dolor palpable en el gesto. Luego me miró.
—Pero ahora me controlo, Emma. Lo hago siempre. Por eso intento mantener la calma... Y qué mejor compañía que este maldito cigarro, que seguro un día me va a matar —rió mientras levantaba un cigarro sin encender, acompañando su comentario con una carcajada típica de ella.
Sus palabras resonaron en mi interior. ¿Es esto lo que quiero? ¿Huir de mi destino y refugiarme en vicios o en una vida de dolor y apariencias, viviendo como una fugitiva de mi propia sangre?
—Ruth —dije, con una inesperada firmeza en la voz—. ¿No crees que deberíamos enfrentar nuestro destino? Al final, es la única manera de liberarnos del dolor.
Ni yo misma podía creer mis palabras. ¿Estaba hablando en serio? Ruth desvió la mirada, meditando lo que le había dicho.
—¿Y qué pasa si el destino duele más aún? —preguntó con la mirada perdida en algún punto del suelo.
—Así es la vida. No importa el camino que escojas, sufrirás. Entonces, ¿para qué ir en contra de lo que somos?
Ruth me miró durante un largo rato, sus labios apretados, sin decir nada. Luego, se levantó y salió de la habitación en silencio. Sabía que mis palabras la habían hecho pensar, y se alejaba para no responder en ese momento. Así era ella, y lo mejor era respetar su espacio.
Volví la vista al cofre de madera a mi lado, que parecía estar esperando por mí. Sentía una profunda curiosidad por saber qué guardaba en su interior. Era una de las pocas cosas que mi padre había dejado en el cuarto de mi abuela tras su muerte.
Deslicé mis dedos sobre la tapa y, con un suspiro tembloroso, la abrí. Dentro había tantos recuerdos. Las fotos hermosas de la boda de mis abuelos, mi padre de pequeño.
Todas esas imágenes en blanco y negro me llenaban de lágrimas los ojos. Me oprimían el corazón con una nostalgia mezclada con orgullo y alegría por lo que significaron y aún significan para mí.
Tomé una foto pequeña de mi abuela joven. Era la misma que en la noche anterior me había hablado en la distancia, en medio de aquel vacío que parecía lleno de estrellas. Su rostro ovalado y delicado, sus hermosos ojos, su nariz perfilada, su figura delgada pero bien proporcionada, hacía que me identificara con ella. Era como verme en esa foto, solo nos diferenciaba el cabello, ya que el mío era más rizado, y el color de los ojos marrones eran la herencia de mi querida madre.
El cofre estaba casi vacío, pero en el fondo quedaba un estuche, una carta sellada en la que decía: Para mi Emma. No pude evitar abrirlo con rapidez, sentí un salto en mi garganta. El ruido del papel empolvado al rasgarse por mis dedos desesperados llenaba el lugar, un grito de mi curiosidad impaciente.
Saqué el papel blanco, cuidadosamente doblado, y lo abrí con mi mano aún vendada. Las letras hermosas de mi abuela estaban plasmadas allí. Sus trazos con tinta negra parecían haber sido dibujados a la perfección, solo una leve inclinación en las letras mostraba que habían sido escritos por manos que cargaban muchos años de conocimiento. La carta decía:
Mi pequeña Emma:
Cuando leas esta carta, entonces ya no estaré. Mas sé que el tiempo habrá por fin comenzado. Lamento haberte heredado mi poder oscuro, nieta querida, pero confío y sé que lo sabrás manejar y lo usarás para bien. Hay cosas que no podrás entender y tampoco te podré explicar. Solo ten cuidado de Él...
Una lluvia de lágrimas empapaba el papel. Cada palabra escrita pesaba como un puñal atravesando mi pecho. El temblor en mis manos sacudía la carta, y la tormenta en mi corazón parecía haberse desatado sobre las delicadas palabras de mi abuela.
Había descubierto tanto... y a la vez nada. Sus palabras eran confusas, envueltas en secretos que dolían más de lo que podían curar. 'Das vida, pero también muerte'. Ahora, me advertía que tuviera cuidado con Él...
¿Quién es Él? ¿Por qué debía tenerle tanto miedo?
El aire a mi alrededor parecía más denso, y una sombra fría invadía la habitación. Una sensación extraña, como si de repente alguien, o algo, estuviera observándome. Mis pensamientos se arremolinaban en mi cabeza, pero lo único que resonaba con claridad era esa advertencia: ten cuidado de Él.