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Chapter 4 - Capítulo 4: Ecos del Pasado

Rhea alzó la voz con su tono siempre vibrante y alegre, jalando con suavidad la tela empapada que vestía Dark.

 

—¡Rápido, Dark! Tenemos que secar tu ropa antes de que caiga la noche; pronto hará frío.

 

Pero Dark se resistía, sacudiendo la cabeza con obstinación, negándose a que le quitara la ropa. Para él, la desnudez no era simplemente una incomodidad; era un recordatorio, un doloroso reflejo de lo que prefería ocultar.

 

Rhea, siempre sin filtros, soltó un suspiro exasperado y luego, con un tono pícaro, se puso frente a él.

 

—¿No ves que yo ya estoy desnuda? —exclamó, exponiendo su cuerpo despreocupadamente—. ¡No hay nada de qué avergonzarse!

 

Dentro de la mente de Dark, la voz de Kuro irrumpió con su acostumbrada curiosidad.

 

—Vamos, amigo —le decía en tono casi burlón—. ¿Por qué no abres los ojos para ver… ejem, apreciar su sinceridad?

 

Dark frunció el ceño, irritado, y sin siquiera mirarlo, lo recriminó.

 

—No pienso hacerlo mientras tú estés mirando, Kuro. Puedo sentir tu indecencia.

 

—¡Oye, oye! —replicó Kuro, excusándose y tratando de sonar convincente—. Sólo tengo curiosidad por ver cómo se ven las chicas mitad bestia, ¿es tan raro? Soy fanático de las novelas de fantasía, ¡es normal querer ver las diferencias entre especies!

 

Desde atrás, Rhea le tendió a Dark una ramita para captar su atención.

 

—¿Por qué no quieres quitarte la ropa? —preguntó, con un matiz de verdadera preocupación en su voz.

 

Dark desvió la mirada, mordiéndose el labio en silencio. Sentía que no podía poner en palabras lo que escondía, así que se limitó a murmurar una respuesta.

 

—Vergüenza…

 

Rhea no lo entendía. Con su paciencia agotada y el impulso de hacerle entrar en razón, lo despojó de la ropa sin más.

 

—¿Ves? ¡No era para tan…

 

Las palabras se le apagaron al instante, y su rostro pasó de la incomodidad a la tristeza. Las cicatrices marcaban la piel de Dark, creando un mapa de dolor y sufrimiento que contaba una historia que él no quería compartir. Era un cuerpo lleno de señales de abuso y maltrato, un cuerpo que no debería pertenecer a un niño.

 

Rhea bajó la cabeza, su voz apenas un susurro.

 

—Lo siento…

 

la incomodidad y la vergüenza pesaban demasiado para Dark, y antes de darse cuenta, el control ya había pasado a Kuro. Que, al darse cuenta de la situación, observó las cicatrices con sorpresa y rabia contenida. No era sólo el daño físico, sino lo que esas cicatrices representaban. Con una voz apagada, Rhea intentó acercarse.

 

—¿Estás enojado conmigo?

 

Kuro, que estaba perdido en sus pensamientos, apenas podía reaccionar. Los recuerdos de dolor y agotamiento que Dark había sufrido se hacían más reales. Fue entonces cuando Kuro comprendió algo nuevo sobre su vínculo: podían alternarse el mando del cuerpo, pero sólo si quien lo habitaba deseaba hacerlo.

 

La noche cayó lentamente. Ambos se acurrucaron para darse calor en medio del silencio, Rhea intentando ofrecer consuelo con su cercanía. Observaba el rostro de Dark mientras dormía, sintiendo una oleada de odio cada vez que pensaba en los humanos.

 

—Realmente los odio… —murmuró con furia contenida antes de cerrar los ojos.

 

Recuerdo de Rhea

Rhea, que aún no había cumplido los 16 años, edad a la cual en su tribu se consideraba mayor de edad, tenía prohibido salir más allá del coto de caza que su tribu patrullaba. Era una chica hiperactiva y la más fuerte entre los de su edad, haciendo que la aldea se le quedara cada vez más pequeña. Sin saber los peligros a los que se podía enfrentar, Rhea, a sus 14 años, partió sin decírselo a nadie.

 

—Madre entenderá —pensaba emocionada, mientras cruzaba la frontera de su coto de caza, creyéndose lista para cualquier aventura.

 

La luna parecía estar de acuerdo con su plan, iluminando desde lo alto su trayecto.

—¡Por fin! —exclamó contenta. En su rostro podía discernirse una sonrisa de oreja a oreja mientras se fijaba en el rastro de carretas en el suelo—. Si continúo por este camino, seguramente llegaré a un pueblo… o tal vez, ¡¿una ciudad?!

 

Emocionada, seguía el rastro sin perderse ningún detalle, recordando todas las historias contadas y vividas por los miembros de su clan.

 

Pero hubo algo que nadie le dijo: no todos son buenas personas; hay gente que solo busca su propio beneficio, incluso si tiene que sacrificar la felicidad de otro.

 

Los primeros rayos del sol empezaban a hacerse notar. Rhea, que por su emoción no durmió y se dedicó a caminar toda la noche, comenzó a notar un aroma delicioso, dirigiéndose a su epicentro.

 

Un hombre de cabello largo y gafas, bien vestido, removía con calma un caldo de pollo, sintiendo una mirada sobre él.

 

—¿Quieres un poco? —preguntó, con una inquietud que lo alertaba de la posible desaparición de su caldo.

 

La joven Rhea, que nunca había olido nada igual, se encontraba babeando hipnotizada por el olor, a tal punto que, inconscientemente, se acabó el caldo poco después de la pregunta del hombre.

 

Cuando recuperó la cordura, se encontraba con la tripa a rebosar, mientras el hombre preparaba otro caldo, pero esta vez menos apetitoso.

 

—¡Ah! Disculpa, no puedo comer más —mencionó Rhea, mientras se espatarraba aún más en el suelo.

 

El hombre, enojado, la respondió.

 

—Ahora sí respondes, ¿eh? Cuando te dije que pararas, o cuando te suplicaba que me dejaras un poco, ni me hiciste caso. ¡Tch! Era la primera vez en mucho tiempo que comía pollo.

 

—Lo siento… estaba delicioso —dijo Rhea, sonrojándose mientras su estómago lleno hacía eco de su travesura—. Me llamo Rhea. ¡Prometo que mañana te ayudo a cazar algo!

 

El hombre suspiró y le respondió con una leve sonrisa.

 

—Está bien, Rhea. Me llamo…

 

El recuerdo de ese nombre le hizo murmurar «Dante» recordando el olor de aquel caluroso caldo mientras despertaba, su pecho encogido por una mezcla de nostalgia y tristeza.

 

De regreso a la realidad

Mientras Rhea despertaba, Dark aguardaba a que lo hiciera, sumido en sus pensamientos. Estaba nervioso y sentía una extraña presión por aclarar el malentendido de la noche anterior. Kuro, quien dormitaba, abrió un ojo con pereza y suspiró.

 

—Dark, sólo dile buenos días, no hay nada más que debas hacer.

 

Dark frunció el ceño.

 

—Pero creo que ella piensa que estoy enfadado.

 

—¿Lo estás? —preguntó Kuro con calma.

 

—No, sólo me sentí… avergonzado, y no sabía cómo reaccionar.

 

—Entonces no te preocupes tanto —Kuro bostezó, dejando la conversación a Dark.

 

—Espe…

 

De repente, Dark sintió un toque en el hombro y se dio la vuelta sobresaltado. Rhea estaba ahí, aún adormilada, pero sus ojos brillaban con una calidez que no necesitaba palabras.

 

—Buenos días, Dark —dijo, su voz tan suave como la luz del amanecer.

 

Dark esbozó una débil sonrisa y levantó la ramita que usaba para comunicarse.

 

—Buenos días —respondió, sin añadir nada más.

 

Su respuesta simple, sin adornos, contenía todo lo que necesitaba decir.

 

Después de un desayuno sencillo, continuaron su trayecto por el bosque. Poco a poco, la tensión entre ellos fue disipándose, y Rhea volvió a ser la de siempre, enseñándole a Dark sobre el entorno y dándole pequeñas lecciones sobre cómo sobrevivir en el bosque. Era su manera de disculparse, mostrarle sus trucos y consejos a la hora de sobrevivir en el bosque, un conocimiento que le sería útil de por vida.

 

En una de esas lecciones, se detuvo de repente. Miró alrededor, con sus ojos escudriñando el bosque, y un brillo de nostalgia la invadió.

 

—Hemos entrado en el terreno de caza de mi aldea —dijo, casi en un susurro.

 

Solo habían pasado cinco meses desde su partida, pero se sentía como si hubiera pasado un año.

 

—Ya queda poco, Dark, déjame presentarte a mi familia —mirándolo con una sonrisa de preocupación en la cara.