—¡Alto! No os mováis —ordenó una voz femenina, resonando en el lugar donde se encontraban.
—Soy yo —dijo Rhea, reconociendo la voz—. He vuelto a casa, tía.
Después de que Rhea y Dark llegaran a los terrenos de caza, caminaron unos minutos antes de que alguien los encontrara.
—¿Rhea? —preguntó la voz, confundida. De entre unos arbustos, una mujer de cabello largo y rojo salió hacia ellos—. ¿Qué te ha pasado? —añadió, observando los trapos que llevaba Rhea a modo de ropa.
—Así que esa es su tía. Se parecen bastante... —comentó Kuro, mientras Dark permanecía en silencio.
La mujer tenía ropa ligera, diseñada para moverse con facilidad. Sus manos estaban cubiertas de pelaje rojo, y sus garras parecían las de un felino. También tenía una especie de bultos en el cabello.
La tía de Rhea, una persona amable y gentil, al menos con los de su especie, se dirigió a Dark:
—¿Y quién es él? —preguntó, fijando su atención en él.
—Se llama Dark. Lo conocí en el bosque después de escapar de unos esclavistas. Él... también es de allí.
Un aura de tono rojo oscuro empezó a envolver a su tía.
—¿Esclavistas? —repitió ella, llena de enojo. Era una palabra que odiaba.
—¡Ah! Tranquila, tía. Todo está bien. No llegaron a hacerme nada. Además, podrías asustar a Dark si te transformas.
La tía de Rhea ocultó su intención asesina, junto con el aura roja que la envolvía, además de retraer sus garras y el pelaje de sus manos.
—Tienes razón, disculpa —dijo mientras se acercaba a Dark. Con palabras suaves y una gentileza maternal, comenzó a acariciar su pequeña cabeza—. Has pasado por mucho, ¿verdad? Soy Kaela, la tía de Rhea.
Dark empezó a llorar, como si un instinto materno profundamente aletargado resurgiera. Después de todo, él seguía siendo un niño. Kuro, quien podía sentir su dolor, solo podía apoyarlo desde el interior.
Después de desahogarse, los tres comenzaron a caminar hacia la aldea. Rhea estaba preocupada por cómo reaccionaría su madre. Ella era la jefa de la tribu y representante de las tribus de mitad bestia de la zona. Su nombre era Leonora.
Los habitantes de la tribu comenzaron a reunirse, emocionados por el regreso de Rhea. Los niños con los que había crecido corrieron hacia ella, abrazándola entre risas y exclamaciones. Caelum, un joven mitad bestia que siempre había sido su rival, intentó disimular su preocupación.
—¿Dónde te habías metido, Rhea? Yo estaba... —comenzó a decir, pero su frase se perdió cuando dos chicas lo apartaron bruscamente para abrazarla.
Lira, una niña de ocho años, lloraba, balbuceando palabras ininteligibles, mientras Freya, de la misma edad que Rhea, inspeccionaba a su amiga ansiosa, asegurándose de que estuviera bien. A su alrededor, todos compartían la alegría de tenerla de vuelta.
Entonces, un cambio en el ambiente hizo que la algarabía se apagara poco a poco, hasta cesar por completo. Rhea levantó la vista y encontró a su madre, Leonora, observándola desde la entrada de la gran tienda de la líder. Con una mezcla de autoridad y ternura en su mirada, Leonora era la encarnación de la fuerza y el amor maternal de la tribu.
Rhea sintió un nudo en la garganta, incapaz de sostenerle la mirada.
—Hola, madre... —musitó, nerviosa, mientras la tribu observaba en silencio.
Leonora permaneció seria. Antes de que Rhea pudiera reaccionar, su madre se acercó con rapidez y la estrechó en un abrazo cálido y fuerte.
—Bienvenida —susurró, dejando ver una leve sonrisa de alivio.
Rhea parpadeó, sorprendida, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Sí... ya estoy de vuelta.
Leonora la soltó y la miró de arriba abajo, asegurándose de que no hubiera sufrido daño alguno.
—¿Estás bien?
Rhea asintió, aliviada al ver la preocupación en su madre.
—Sí, no me llegó a pasar nada, madre —confirmó, intentando sonreír.
Sin embargo, el alivio duró poco; en un susurro apenas perceptible, Leonora murmuró en el oído de Rhea:
—Es hora de tu castigo.
El corazón de Rhea se encogió. Había vuelto a casa, sí, pero ahora recordaba por qué sentía una mezcla de miedo y emoción al regresar. Su sonrisa vaciló mientras intentaba escabullirse del abrazo de su madre, pero ya era demasiado tarde. Leonora la sostuvo firmemente, sin dejarle espacio para escapar.
Los miembros de la tribu, al ver que Rhea estaba sana y salva, intercambiaron miradas cómplices e ignoraron el hecho de que Leonora arrastraba a su hija a la tienda, donde comenzaron a oírse gritos y lamentos.
Por otra parte, Dark se convirtió en el centro de atención. Una lluvia de preguntas lo hizo ponerse nervioso hasta que cambió con Kuro.
—Dark, deberías aprovechar esta oportunidad para acostumbrarte a las multitudes —le recriminó Kuro.
—¡Imposible! —alegó Dark.
—Está bien, está bien. Pero yo soy incapaz de comunicarme con ellos. ¿Eso está bien?
—Haz lo que puedas...
Kaela miró al pequeño y desnutrido joven, que sostenía una caja que parecía pesar más que él. Con voz firme dispersó a los habitantes de la tribu, diciendo que Dark debía descansar.
—Dark, por ahora puedes quedarte en mi tienda —dijo con una voz nostálgica, recordando a un niño de cabello rojo que había conocido hace tiempo.
Escoltándolo hasta una tienda casi tan grande como la de la líder, se detuvo.
—Esta es mi tienda. Por ahora, vivirás conmigo, ¿estás de acuerdo?
Kuro asintió. La tienda estaba cubierta de pieles en el suelo, lo que hacía las pisadas cómodas y cálidas. También había una cama de tamaño considerable, una cocina y una pequeña separación donde se encontraba la bañera.
—¿Quieres bañarte primero o prefieres comer? —le ofreció Kaela—. Después de que hagamos ambas, iremos a ver a Leonora.
Kuro señaló la bañera, indicando que prefería bañarse primero. A diferencia de Dark, a él sí le gustaba bañarse, aunque echaba de menos el agua caliente.
—Bien, espera un segundo. Voy a preparar el baño.
Kuro puso la caja cerca de la cama y, sin nada más que hacer, decidió seguirla hasta la bañera para curiosear. Sus ojos se abrieron con asombro al ver cómo Kaela producía una pequeña llama de su dedo. Introdujo el dedo en el agua, calentándola.
—Parece que ya está —dijo, volviéndose hacia Kuro, quien la miraba con los ojos como platos—. ¿Nunca has visto magia? —preguntó.
—¡Dark! ¿Has visto eso? ¡Es magia! —dijo Kuro.
Dark, que nunca había visto magia, reaccionó vagamente:
—Ya veo...
—Oye... ¿Sabes las cosas increíbles que podríamos hacer con eso?
—No —respondió Dark.
Pero para Kuro, que venía de un mundo de tecnología, el descubrimiento era emocionante. Aprovechó para balbucear su interés por la magia. Kaela, que no comprendía del todo lo que decía, hizo una suposición.
—¿Quieres saber más sobre la magia? —preguntó Kaela—. Está bien, te lo explicaré mientras nos bañamos.
Kuro asintió, emocionado.
—Has oído eso, Dark. ¡Pronto podremos hacer magia!
Dark, menos entusiasmado, murmuró: —Oye... ¿vamos a bañarnos juntos?
—¿Eh? —Kuro, que no se había dado cuenta hasta ese momento, no sabía cómo reaccionar—. ¡Espera! Ya que vamos a vivir juntos, ¿no crees que sería buena idea mostrarle tu pasado?
Como Kuro estaba manejando el cuerpo en ese momento, se sentía menos nervioso que la primera vez que Dark le mostró su pasado a Rhea.
—Está bien —murmuró Dark, aunque todavía se notaba su preocupación.
Kaela, al ver que se quedaba inmóvil por un momento, se preguntaba qué pasaba por su mente, hasta que lo vio quitarse esa ropa que tanto le recordaba sus propias experiencias dolorosas. Al verlo, Kaela comprendió lo que él había pasado y supo que había decidido compartirlo con ella. Para no hacerlo sentir incómodo, ocultó sus emociones y trató de comportarse con normalidad.
Por otra parte, Kuro observaba con curiosidad a Kaela, que vestía un tipo de bikini hecho de su propio pelaje rojo. «Vaya, así es como se ven», pensó, satisfecho de saciar su curiosidad.
Ambos entraron en la bañera, y Kaela comenzó a explicarle todo.
—Ahh, qué calentito… Echaba de menos esto. Dark, ¿puedes sentirlo?
—Sí —respondió, mientras una sensación de calidez recorría su cuerpo. A pesar de que no le gustaba bañarse, no le importaría hacerlo si el agua siempre estuviera a esa temperatura.
—Bien, Dark. Como no sé hasta dónde sabes, te contaré todo lo que sé sobre los mitad bestia y la magia —dijo Kaela, mientras lo observaba disfrutar del agua.
Kuro prestó toda su atención, mientras que Dark, que no estaba especialmente interesado, se perdía en la nueva y agradable sensación de estar en un baño caliente por primera vez.
—Los mitad bestia somos descendientes tanto de humanos como de bestias. Tenemos parte de la genética de ambos, aunque principalmente nos enfocamos en nuestra parte bestial. Normalmente, nuestros instintos no nos llevan hacia la magia, pero aprendemos lo básico para tareas diarias, como la llama que viste. Sin embargo, no es solo eso: nuestro núcleo de maná es mucho menor que el de un humano, así que normalmente no aprendemos magia que vaya más allá de lo práctico.
—Además, a diferencia de las bestias que pueden evolucionar, nosotros podemos transformarnos en nuestra forma bestia, aumentando nuestro poder de combate. Cuanto mayor sea el poder que alcanzas en tu forma bestia, más se refleja en nuestro cuerpo humano. Como puedes ver, este pelaje rojo es una muestra de ello.
Kaela trató de explicarle el proceso de la magia, aunque le fue difícil expresarlo de manera clara.
Después de bañarse, Dark se vistió con ropa que le quedaba como un guante y disfrutaron de una comida deliciosa, algo que Dark nunca antes había probado.
«La charla fue interesante, pero Kaela no sirve como profesora de magia… No entendí nada», pensaba Kuro, satisfecho, mientras se acomodaba en su silla.
—¿Te gustó? —preguntó Kaela mientras recogía la mesa.
Asintió con la cabeza, mostrando una expresión de satisfacción.
—Ya que estás aseado y lleno, vayamos a ver a Leonora. Con suerte, podrías hacer que reduzca el castigo de Rhea.
Ambos se dirigieron a la tienda de Leonora. Ya no se escuchaban los gritos y lamentos de Rhea. Cuando entraron, ambas estaban comiendo; Rhea parecía estar bien, aunque ahora se sentaba sobre un cojín.
—Ya me ha contado Rhea un poco sobre tu situación. Pero aún no estás en condiciones de partir —respondió Leonora firmemente, después de echarle un vistazo a Dark.
—Directa al punto, ¿eh? —dijo Rhea.
Leonora la fulminó con la mirada. —Parece que fui demasiado indulgente con el castigo —contestó, provocando que Rhea continuara comiendo en silencio durante el resto de la conversación.
—En fin, como iba diciendo… —Los misteriosos bultos en las cabezas de Kaela y Leonora resultaron ser orejas de animal, parecidas a las de un felino aunque ligeramente distintas. —Ahh —suspiró Leonora—. Kaela, encárgate tú.
—Sí —respondió Kaela, y desapareció de inmediato de la tienda.
Tanto Dark como Kuro sintieron curiosidad por lo que acababa de suceder, aunque sus razones eran diferentes. Kuro se concentró en las orejas que había notado en las cabezas de las dos mujeres, mientras que Dark sentía un instinto latente, como si algo dentro de él comprendiera lo que acababa de pasar.
—Disculpa la interrupción, Dark —continuó Leonora—. Como decía, actualmente no estás en condiciones de viajar hasta Isilvar.
—El lugar al que quieres ir no está especialmente lejos para un mitad bestia; con entrenamiento, podrías llegar relativamente rápido. El problema son las bestias y los monstruos que podrías encontrar en el camino.
—Parece que es un viaje peligroso… —reflexionó Kuro—. Tendremos que quedarnos un tiempo… ¿Qué opinas, Dark?
Dark, deseoso de saber más sobre lo que albergaba en su interior, respondió afirmativamente a Kuro. —Quedémonos un tiempo.
Leonora continuó explicando. —Durante este tiempo, te enseñaremos lo básico. Después, serás tú quien, a través de experiencias, refine tu bestia interior; solo cuando consideremos que estás listo, podrás partir. ¿Estás de acuerdo?
Ambos, emocionados, parecieron por un instante responder como si compartieran una misma alma. —Sí —dijeron, aunque solo lo expresaron con un asentimiento de cabeza.
—Bien. Por ahora, regresa y descansa. A partir de mañana, las cosas se pondrán difíciles para ti.