El viento soplaba con una violencia inusual, arrastrando cenizas que bailaban en el cielo teñido de rojo. A lo lejos, el hogar de Reila ardía como una pira funeraria. Desde el límite del bosque, sus ojos vidriosos contemplaban la escena mientras los recuerdos de su madre aún ardían en su mente.
"No te detengas. No mires atrás." Las últimas palabras de su madre resonaban en su corazón, quebrando la delgada capa de valentía que la sostenía de pie.
El humo se alzaba más allá de los árboles, ocultando el mundo que una vez conoció. Reila, apenas una niña, era ahora la única sobreviviente de su linaje, un vestigio de un pueblo que había desaparecido del mundo hacía tiempo. Sabía que no la perseguirían, no aún. Los asesinos no conocían su existencia, pero si lo descubrieran, vendrían por ella con la misma furia con la que habían venido por su madre.
Sin nadie a quien acudir y sin saber siquiera cómo sobrevivir una noche en el bosque, Reila apretó los dientes. Sentía miedo, sí, pero también una chispa de ira que empezaba a crecer en su interior. Sus pies descalzos se hundieron en la tierra blanda del bosque, y con un último vistazo al humo en el horizonte, dio su primer paso hacia lo desconocido.
Sabía una cosa: no podía permitirse ser débil. Si no aprendía a luchar, no viviría para contar su historia. Frente a ella, el bosque parecía susurrar, prometiendo peligros y desafíos. Y en lo profundo, las pequeñas criaturas llamadas slimes, débiles pero numerosas, serían su primera prueba.