Reila se encontraba en lo alto del Gran Arce, disfrutando de la brisa fresca que acariciaba su rostro. Desde esa altura, el bosque se desplegaba ante ella, un vasto océano de verde y sombras. Había pasado tiempo suficiente en la naturaleza, aprendiendo a sobrevivir, y en ese proceso, había crecido. Su cuerpo, antes frágil, se había fortalecido gracias a los núcleos de poder que había ido acumulando. Cada batalla la había forjado un poco más, y ahora se sentía lista para enfrentar nuevos desafíos.
Sus ojos se posaron en un slime que se movía lentamente entre las sombras. La criatura gelatinosa, con su brillo peculiar, parecía ajena a su presencia. Una chispa de determinación iluminó su espíritu. Reila respiró hondo y lanzó una piedra con precisión, impactando en el cuerpo del slime. La criatura se retorció, finalmente consciente de la amenaza que enfrentaba. Sin perder tiempo, se lanzó hacia él, saltando con agilidad desde la altura del árbol, gritando al caer sobre la criatura. La lanza de madera que sostenía se hundió en la gelatina, logrando atravesarla.
Sin embargo, el combate fue más reñido de lo que había anticipado. El slime, al sentirse atacado, expulsó un chorro de sustancia viscosa que la hizo resbalar. Con un esfuerzo titánico, logró recuperarse y golpeó nuevamente. Después de una intensa lucha, el slime fue derrotado, y un núcleo brillante emergió de su interior, destellando en la penumbra del bosque.
Al consumir el núcleo, una oleada de energía recorrió su ser, haciéndola sentir más fuerte y capaz. Con cada núcleo que absorbía, se transformaba en una guerrera decidida. La lucha la estaba moldeando, haciéndola más fuerte, no solo en cuerpo, sino también en espíritu.
Con la victoria reciente, el hambre comenzó a reclamar su atención. Reila se aventuró a lo largo del arroyo, donde el agua murmullaba suavemente. Usando una cesta trampa tejida de fibras y ramas, logró atrapar un pez que luchaba por liberarse. La captura fue una pequeña victoria en su camino hacia la autosuficiencia. También encontró bayas ácidas y agrias entre los arbustos. Aunque no eran agradables al paladar, le proporcionaron algo de energía. Cada bocado alimentaba no solo su cuerpo, sino también su determinación de sobrevivir en este mundo.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, decidió escalar hasta lo alto del Gran Arce para observar el camino que se extendía más allá del bosque. A lo lejos, una delgada columna de humo se alzaba hacia el cielo. Su corazón latió con fuerza ante la visión de aquel pueblo, un lugar donde podría comerciar y obtener lo que necesitaba. Algún día iría allí, pensó con firmeza, sabiendo que debía hacerlo con cautela. Había un mundo peligroso y cautivador más allá de su hogar actual.
Sin embargo, en la espesura, no muy lejos de la entusiasmada niña, en una cueva inmunda más allá del río, una criatura se retorcía en la oscuridad. Aspiró profundamente, sintiendo cómo el aire del bosque se había revuelto por la llegada de una nueva presencia. De repente, una voraz necesidad de cazar lo embargó. Era hora de destruir.