El viento aúlla como un condenado mientras respiro hondo, llenando mis pulmones con la gelidez del aire que me rodea. La energía mágica fluye por mis venas, más fría que el hielo, como si la mismísima muerte se hubiera instalado en mi alma. Siento el latido gélido de la magia alzarse, reemplazando el calor abrasador de los hechizos anteriores. Mis manos, ahora azules por el frío, se elevan hacia el cielo como un profeta llamando a su dios oscuro. El aire alrededor de mí se llena de cristales de escarcha, y sé que el momento está cerca. Este hechizo será el fin de todo.Pero entonces, las sombras se agitan. Seis figuras aparecen, y su sola presencia corta la magia que bullía en mi interior. Malditos sean, los soberanos de Galewind. ¡Han venido a detenerme! Su presencia resplandece, irradiando una energía que iguala la mía. Siento su poder palpitar como un tambor de guerra, y su luz se convierte en el faro de los miserables soldados que aún se aferran a la vida.- ¡No permitirán que continúes con tu destrucción, Usurpador! - grita una de ellos, una mujer de cabellos plateados y ojos llameantes. Su voz es como una campana de iglesia maldita, resonando con una fe desesperada. Patéticos.Saco mi espada, Nočnástella, una obra maestra de obsidiana negra cuyas runas doradas brillan como estrellas atrapadas en su filo. La luz del campo de batalla se refleja en su hoja como si las mismas estrellas se inclinaran ante mí. Svítanec, mi hacha, se une en mi otra mano, su hoja de metal celestial brilla con un tono rojo sangre, casi como si pudiera sentir la sed de destrucción que arde en mi alma.El espadachín, uno de los soberanos, se lanza hacia mí como un animal rabioso, su espada busca mi corazón. Desvío su ataque con Nočnástella, el choque es tan feroz que mis brazos vibran con la fuerza del impacto. Contraataco con Svítanec, cortando el aire hacia él. Apenas bloquea a tiempo, pero su expresión muestra miedo. El terror está comenzando a filtrarse en sus corazones.- ¿Eso es todo lo que tienes, basura divina? - le espeto mientras mis labios se curvan en una sonrisa depravada. Una flecha silba en el aire. Giro rápidamente, la arquera ha disparado con intención letal. Salto hacia un lado, esquivando su ataque justo a tiempo, el lugar donde estaba se convierte en un cráter humeante. Un guerrero corpulento con una maza envuelta en llamas intenta aplastarme, pero Nočnástella lo detiene con facilidad. Respondo con Svítanec, y el guerrero retrocede tambaleándose. El miedo es palpable.La batalla se vuelve frenética. Los malditos soberanos coordinan sus ataques con precisión militar, cada uno cubriendo las debilidades del otro. La archimaga conjura hechizos de fuego y hielo, el sanador entona cánticos para mantenerlos de pie. Esto será un desafío. Una figura sombría intenta flanquearme con dagas envenenadas, pero lo veo venir. Desvía tu veneno hacia otra parte, sucio asesino.Con un grito gutural, lanzo Svítanec hacia el cielo. El hacha gira en una espiral ascendente, brillando como una maldita estrella roja en el firmamento. Cuando cae, la tierra se parte con un estruendo ensordecedor. Una explosión de energía barre el campo de batalla, derribando a los soldados como si fueran meras hojas en el viento. El suelo tiembla bajo mi poder, y sus expresiones cambian. Terror. Esto es poder.- ¡Miserables! - gruño mientras Svítanec vuelve a mi mano, el resplandor rojo iluminando mis ojos. Me lanzo hacia ellos, mi mente se oscurece con el deseo de acabar con todos.La archimaga lanza un rayo de energía pura, su bastón resplandece con una fuerza letal. La magia corta el aire hacia mí, pero con un giro rápido de Nočnástella, desvío el rayo hacia el suelo. El impacto envía una lluvia de chispas y polvo al aire, pero no me detengo. El asesino, aprovechando la distracción, intenta hundir sus dagas en mi costado. Imbécil. Giro rápidamente, cortando su brazo con Nočnástella, su grito es música para mis oídos. El veneno de sus dagas nunca me toca.La arquera vuelve a disparar, sus flechas encantadas zumban en el aire. Uso Svítanec para cortar a través de ellas, las flechas chocan contra mi hacha, desviándose hacia el suelo con un silbido mortal. ¿Es esto lo mejor que pueden hacer?El espadachín vuelve a atacar, su espada choca contra la mía una y otra vez. Pero en su mirada ya no hay furia, solo miedo. Nočnástella atraviesa su defensa y se hunde en su pecho. Lo veo caer, su cuerpo se desploma, inerte. Uno menos.El guerrero con la maza, herido y desesperado, lanza un último ataque con todas sus fuerzas, pero es inútil. Me muevo con precisión letal y Svítanec se clava en su abdomen. Su vida se escapa en un gorgoteo de sangre, y cae de rodillas. Dos menos.- ¿Es todo lo que tienen? - murmuro mientras observo a los cuatro restantes, heridos y agotados. El ejército de Galewind titubea, sus filas se tambalean. El miedo es un veneno que corre rápido.Pero la archimaga no se rinde. Su magia brilla una vez más mientras conjura un círculo de protección alrededor de los supervivientes. Una barrera de luz rodea a los soberanos, pero yo ya estoy harto de este juego. Nadie puede protegerlos de mí.Con un rugido de furia, lanzo Svítanec hacia la barrera. El hacha brilla con un fuego rojo cegador mientras corta la luz como si fuera papel. El campo de batalla tiembla una vez más, pero esta vez no es solo la magia lo que se quiebra. Es su esperanza. La archimaga me mira con una mezcla de terror y resignación. Sabe que ha perdido.Avanzo lentamente, el eco de mis pasos resonando en el suelo destrozado. La sangre cubre mi armadura, la mía y la de mis enemigos. Los títulos que me han dado, "Errante", "Usurpador", "Destructor", todos se desvanecen ante la realidad de mi poder. Los sobrevivientes de Galewind, esos estúpidos que aún creen en sus dioses, caen uno a uno. La victoria es mía, y ningún cielo podrá detenerme.Los pocos que quedan de pie se arrastran hacia su miserable destino. Yo soy el juicio final. Y no hay perdón para los débiles.