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Chapter 4 - Capitulo 4

El aire, cargado con el hedor de la muerte y el hierro de la sangre, se siente pesado en el campo de batalla. Los cuerpos yacen esparcidos como juguetes rotos, mientras los cuatro soberanos restantes de Galewind me miran con ojos que oscilan entre el odio y el terror. Mi respiración agitada llena mis oídos, pero la sensación de cansancio es superficial; dentro de mí, una energía oscura y antigua hierve, esperando desatarse por completo. "Nočnástella" y "Svítanec", mis espadas gemelas, laten en mis manos, sedientas de más sangre.

- Soberanos de Galewind - gruño, con la voz ronca y endurecida por la batalla - Su lucha ha sido digna, aunque patética. Pero aquí termina su camino. Les doy una oportunidad, solo una. Ríndanse. Acepten su fracaso y entréguenme a la archimaga y la arquera. Si lo hacen, quizás, solo quizás, vivan para lamer sus heridas otro día.

El silencio que sigue es opresivo. El archimago, con el rostro cubierto de sudor y la mano temblando mientras sostiene su bastón, toma un paso adelante. Hay un aire de falsa autoridad en él, como si aún pudiera reclamar el control de la situación.

- Errante... - dice con voz forzada - No aceptaremos la derrota tan fácilmente. Somos los soberanos de Galewind. Todavía...

El asesino, con sus ojos inyectados en sangre y una sonrisa torcida de odio, no lo deja terminar. La furia y la desesperación se derraman de él como veneno de una herida mal curada.

- ¡No me importa quién sea él! - escupe con veneno - ¡No podemos rendirnos! ¡No ante este maldito bastardo! ¡Lucharemos hasta el final, aunque nos cueste la vida!

"Estúpido", pienso. ¿Realmente creen que tienen alguna posibilidad? Mi mirada se fija en el asesino como si lo viera por primera vez, y en ese momento sé que lo voy a matar, no porque represente una amenaza, sino porque me fastidia. Solo es cuestión de decidir cuándo.

El sanador, siempre el pacificador, da un paso hacia adelante, colocándose entre el asesino y yo. Con una mano levanta su bastón, pero su mirada es calmada, resignada.

- Debemos ser sensatos - dice, su tono es un contraste doloroso con la tensión a su alrededor - La batalla está perdida. No podemos salvar a todos, pero podemos salvar a los que aún quedan. No vale la pena sacrificar a más por orgullo.

Su calma me irrita, aunque sé que tiene razón. Los otros soberanos lo miran, y veo la duda en sus ojos. "Así es como caen los grandes reinos", pienso, "no por la espada, sino por la duda."

La arquera, con una expresión cansada pero firme, baja su arco. Ha aceptado lo inevitable. Su voz, aunque suave, corta el aire.

- Nolan tiene razón. No hay más esperanza para nosotros. La batalla terminó... debemos aceptarlo.

Mis ojos se entrecierran al escuchar sus palabras. "Tienen razón", pienso, "pero eso no cambiará su destino". Mi paciencia se agota rápidamente. Doy un paso adelante, sintiendo la tensión aumentar, como la calma antes de la tormenta.

- Les doy una última oportunidad - mi tono es bajo, amenazante, cargado de oscuridad - O se rinden ahora o los destruyo aquí mismo, hasta que no quede nada más que polvo de ustedes para enterrar.

La archimaga finalmente baja la cabeza, derrotado. El asesino me mira con puro odio, su rostro contorsionado por la furia, pero el sanador lo sujeta firmemente por el brazo, forzándolo a retroceder. Finalmente, las armas bajan. Son como corderos que van al matadero, sabiendo que no hay escapatoria.

- Sabia elección - murmuro - No habrá más derramamiento de sangre… por ahora.

De pronto, algo oscuro y antiguo despierta dentro de mí. No es solo la sed de poder, sino una necesidad incontrolable de someter. Los soberanos creen que la rendición los salvará. Qué ingenuos. La esclavitud es su único destino.

- Pero no se equivoquen - mi voz se convierte en un susurro mortal, las palabras son como cuchillas que se hunden en la oscuridad - Aún no han escapado de mi dominio.

Alzo una mano, y de ella brota una energía negra como la noche más oscura, arremolinándose en el aire, envolviendo a los soberanos. El poder de la magia de esclavitud fluye a través de mí, conectándose a sus almas, sometiéndolas a mi voluntad. Las expresiones de los soberanos pasan de la resignación al terror mientras la oscuridad se cierne sobre ellos.

El grito de la archimaga atraviesa el aire como una oración deshecha, invocando a dioses que ya no la escuchan. El asesino lucha, claro, pero su cuerpo pronto es sacudido por la misma fuerza invisible que ha atrapado a los otros. Ninguno de ellos puede escapar. No hay resistencia suficiente en el mundo que pueda detenerme.

- No importa cuán fuerte lo intenten - susurro con crueldad - Ya no son libres. Están condenados a obedecer.

La arquera cae de rodillas, sus ojos llenos de desesperación. La archimaga trata de conjurar una última defensa, pero su poder es inútil. Lo observo, viendo cómo la esperanza en sus ojos se apaga lentamente.

Finalmente, todo queda en silencio. Los soberanos yacen en el suelo, inertes como marionetas a las que se les han cortado los hilos. Mi poder los ha doblegado por completo. Los caballos esqueléticos se acercan, arrastrando mi carruaje de huesos envuelto en fuego verde. La figura femenina que me aguarda en el carruaje inclina la cabeza, sonriendo con labios carmesí.

 - Amo - dice con voz suave, como si fuera una simple observadora del fin del mundo.

Con un movimiento de mi mano, las sombras se disipan. Siento el vacío que han dejado mis enemigos en el aire, un vacío que pronto llenaré con mis propias ambiciones.

Subo al carruaje, dejando atrás el campo de batalla como un dios que abandona una creación fallida. No hay piedad en mi corazón, solo la certeza de que lo que he comenzado no ha terminado. Esto no es más que el principio. Mis enemigos han caído, y con ellos, cualquier esperanza de resistencia. El destino ha hablado, y yo soy su único profeta.

Nos alejamos en la oscuridad, mientras el fuego verde ilumina el camino hacia la inevitable destrucción de todo lo que alguna vez se atrevió a desafiarme.