–Nos vemos mañana temprano.
Con esas palabras desaparecieron Abigail y Clorinde seguidas de sus madres.
Miena y Lufa avanzaron hacia su propia casa.
Lufa miró al cielo disperso de estrellas y cayó en cuenta de que era bastante tarde por el tiempo transcurrido en la cena. Medianoche tal vez.
En todo el recorrido Miena no dijo ninguna palabra.
Lufa se percató que a veces ella abría la boca dispuesta a hablar para cerrarla al instante y no soltar ningún murmullo. Aún se sentía incómoda.
–Hermana, ¿tienes tus cosas listas para el viaje? –Lufa preguntó, esperando calmar la situación.
–No tengo muchas cosas por llevar. Además, solo estaremos una semana, así que solo un par de tandas de ropa es suficiente –comentó con una sonrisa forzada.
–¿Briefel es una ciudad grande?
–¡Claro que sí! –respondió ella –Es la ciudad más grande en la parte sur del imperio Silvarium.
–Entonces debería haber muchas cosas divertidas allí –Lufa levantó la mirada hacia el cielo sumido en sus pensamientos.
En su vida anterior, debido a la persecución de Porcus, no tuvo tiempo de observar la ciudad de Briefel pues fue raptado. Aunque regresó luego, fueron más de diez años después. Lufa estaba seguro de que hubo muchos cambios en ese tiempo.
Miena observó a Lufa con tristeza. Ella sabía que Lufa si fue a Briefel, pero estaba tan pequeño que no lo recordaba, pues era un bebé cuando llegó junto a su madre. Era una lástima que solo pudiera conocer el pueblo de los Noctas.
Trató de eliminar su incomodidad, decidida a ser una buena guía para Lufa y hacer que su tiempo en Briefel sea inolvidable.
–Existen muchas posadas que tienen buena comida, locales que venden ropa bonita, plazas hechas de piedra blanca y llenas de flores que son muy hermosas –Miena enumeró uno a uno recordando con felicidad.
–¿Qué es lo que te gusta más?
–¡La pastelería Luzzenia! –respondió sin dudarlo, casi salivando – Tiene un pastel de zanahorias demasiado bueno –juntó las manos y puso una mirada soñadora.
–¿De zanahorias? –Lufa levantó una ceja.
–No te dejes llevar por el nombre de su ingrediente principal –Miena levantó el dedo índice a modo de exclamación –. Ese pastel tiene un sabor único y supremo, bastante delicioso. Todos lo aman.
–Deberíamos visitarlo entonces.
–¡Por supuesto que iremos! –respondió Miena con una sonrisa radiante.
Lufa fue preguntando más cosas a Miena. No lo hizo porque quería saberlo, sino para mitigar la incomodidad que ella sentía, funcionando a la perfección.
Ambos llegaron a la casa y continuaron un poco más su charla.
Miena lucía bastante satisfecha y emocionada como una niña pequeña. Lufa dejó que se explaye cuanto quiera, asintiendo de vez en cuando y dando algunos comentarios positivos.
No fue hasta un par de horas después que Miena terminó abruptamente la conversación pues era demasiado tarde y necesitaban estar listos a primera hora para su viaje.
Luego de enviar a Lufa a dormir intentó conciliar el sueño, pero estaba tan emocionada que no pudo y se quedó despierta.
Con el canto de los gallos Lufa despertó.
Rápidamente se cambió de ropa y bajó al primer nivel. Luego de lavarse salió de la casa.
El aire frío golpeó su rostro, pero no tuvo ningún cambio de expresión.
Este era su último día en el pueblo. Así que quiso recorrerlo una última vez antes de salir.
Pasó observando las pequeñas casas de la gente que aún no despertaba. Todas estaban hechas con el mismo molde, pero se diferenciaban de acuerdo a los gustos de cada uno.
A paso ligero caminó por la carretera que llevaba a los establos.
El trigo esparcido por los campos se encontraba esparcido sobre la tierra después de la cosecha.
Al acercarse a la zona boscosa, el trinar de los pájaros hizo eco con mayor ímpetu.
Lufa ingresó al viejo establo. Luego de poner más heno para los caballos y llenar de agua sus bebederos, apiló algunas cajas de madera rezagadas y se impulsó hacia la parte superior del techo donde tenía escondidas muchas cosas en una especie de compartimiento difícil de ver.
Hace algún tiempo había dejado vacía la casa del viejo Zigs y amontonó todas las cosas que necesitaba dentro de este establo, incluídas las pociones.
De su pequeño bolso de cuero, Lufa sacó una serie de hojas cosidas, las cuales parecían un libro burdo. Él había estado trabajando en las diferentes fórmulas y círculos mágicos para sus amigas. Ahora era momento de dejarlo allí.
De aquel compartimiento sacó un par de pociones y la daga del viejo Zigs, además de dejar también el tóken restante y los intercambió por su libro recién hecho.
En ese lugar quedaron muchas pociones, el grimorio, el bastón mágico, el tóken y su pila de hojas cosidas. Todas esas cosas destinadas para su par de amigas.
Echando un último vistazo, puso las cajas de madera en distintos lugares y salió luego de despedirse de los animales.
Para cuando regresó al pueblo la gente se movía de un lugar a otro.
De camino a su casa vio que los pobladores hacían sus últimos intercambios con los soldados del ducado.
Al llegar a su casa y saludar a Miena, vio que esta llevaba dos bolsos de cueros grandes llenos de ropa listos para su viaje.
–Lufa, ten, come. El viaje será algo largo –mencionó.
Lufa asintió.
Luego de terminar su plato de carne, Lufa subió a su habitación y guardó las cosas de su pequeña bolsa de cuero dentro de una mochila grande que tenía su ropa lista desde hace días.
Verificando que nada le falte, Lufa estuvo a punto de salir, cuando, de repente, notó un bulto en su cama.
El "huevo" que consiguió en el bosque estaba entre sus sábanas. Lufa a veces lo usaba para jugar lanzándolo cuando se sentía aburrido.
Desde que lo consiguió en el bosque este huevo no mostraba señales de vida. Lufa usó todos los métodos que conocía, pero no logró nada. Era como tener una piedra.
Con una rápida deliberación también lo metió en su mochila.
"Al menos servirá para desestresarme", pensó.
Lufa y Miena se encontraron en el primer piso. Ambos salieron listos para el viaje.
Rápidamente llegaron a la plazuela donde residían las carretas repletas de pobladores.
–Hermana Miena, Lufa –Abigail llamó y se acercó a ellos corriendo.
Clorinde, Kalissa y Teodora también se encontraban allí.
La gente presente escuchó el llamado de Abigail y rodearon a Miena. Algunos comentaron que necesitaban algunas cosas mientras otros se despedían y daban sus buenos deseos.
Abigail aprovechó la aglomeración y se acercó a Lufa.
–Te vas –mostró una expresión llena de tristeza.
–Sí –respondió Lufa.
Normalmente él podía mentir sin algún atisbo de culpa, pero en ese momento no pudo soltar palabra alguna de consuelo para su amiga.
–Volverá pronto, no pongas esa cara
Clorinde mintió por Lufa, dándole un guiño que solo fue visto por él.
Minutos más tarde, Crinar se acercó junto a Jhodde.
–Hora de irnos –mencionó el soldado rubio.
Miena se despidió abrazando a las chicas. Subió sus cosas y se sentó en el asiento acolchado.
Lufa sacó de su bolsillo un par de accesorios de plata con gemas incrustadas. En algún momento desconocido las compró de los soldados.
Las flores plateadas con gemas esmeraldas fueron para abigail, mientras un gancho circular con una gema oscura fue dado a Clorinde.
–Mi regalo de despedida –dijo, colocando él mismo los adornos a ambas chicas.
Las flores combinaban con los ojos de Abigail y la piedra oscura con Clorinde.
Abigail tenía una sonrisa repleta de felicidad, mientras que Clorinde apretó los dientes con fuerza para que no se escaparan sus lágrimas.
–Es momento de irme –mencionó.
Abigail asintió con una sonrisa –Te estaré esperando –respondió.
Lufa la tomó en sus brazos, abrazándola con fuerza.
Abigail quedó pasmada con el cuerpo firme, pero rápidamente se hundió en su abrazo, devolviéndole el gesto.
Tras un corto tiempo se separaron.
Lufa giró hacia Clorinde. Antes de soltar sus palabras de despedida ella voló hacia sus brazos.
Sus emociones contenidas afloraron, presionándolo con mucha fuerza. Clorinde se sentía demasiado agradecida con él, ocasionando que su despedida sea dolorosa.
–Tienes que volver –susurró con la voz razgada.
Lufa solo pudo darle suaves palmaditas para calmarla.
Sin soltar más palabras y despidiéndose de todos con la mano, Lufa subió a la carreta que comenzó a moverse inmediatamente.
Las figuras tristes de sus amigas se hicieron cada vez más pequeñas.
Lufa cerró los ojos tratando de mantener el recuerdo de su corto tiempo en el pueblo junto a la gente que le importaba.
Pensando en lo que pasó y sus objetivos futuros la somnolencia se apoderó de él.