–¡Quien se acerque a Miena tiene que pasar primero por mi! –Clorinde imitó a Lufa, oscilando su cabeza de lado a lado, apuntando a un público ficticio y fingiendo estar ebria.
Lufa estaba totalmente anonadado.
–Jajajaja –Abigail reía con locura tocándose el estómago –. ¡Ni siquiera podía pararse correctamente y enojó a todos!
–¿Hablas en serio?
–Puedes preguntarle a cualquiera, pero dudo que los adultos te digan algo. Jeje. Todos terminaron avergonzados ayer. Ni siquiera se despidieron, solo se fueron –negó Clorinde.
Lufa se palmeó la frente.
–Ahora entiendo por qué Miena me miraba así –suspiró.
–No deberías volver a beber bebidas con alcohol. Pensándolo bien, ni siquiera deberías beber bebidas fermentadas. Eres demasiado débil –Clorinde comentó realmente preocupada.
Lufa cerró los ojos con pesar.
La única feliz era Abigail, pues había encontrado algo en lo que Lufa era malo.
Los chicas comentaron los pormenores de los sucesos del día anterior.
El viento frígido trajo consigo algunas hojas secas provenientes del bosque. El silbido del bosque y las risas de las niñas hicieron que Lufa sonriera.
En ese momento Lufa captó un ruido discordante proveniente de la lejanía y giró su cabeza. Se escuchaba como un traqueteo constante que fue acrecentándose.
A los minutos sonó el silbato de reunión comunal, entonces Lufa comprendió de qué se trataba. Los comerciantes del ducado habían llegado.
El trio dejó las conversaciones de lado y se dirigieron a la plazuela. Ya que estaban cerca no les tomó mucho tiempo, pero, apreciendo a todos los pobladores reunidos, parece que no fueron tan rápidos.
Los soldados comerciantes tenían sonrisas de oreja a oreja. Ellos se movían rápidamente, descargando cajas y cajas de productos que trajeron para intercambiar.
Por otro lado, los pobladores apreciaban los artículos mostrados, escarbando entre la pila de cosas novedosas del ducado.
Lufa y las chicas se acercaron por mera curiosidad.
Clorinde y Abigail se agacharon, recogiendo algunos accesorios de joyeria que parecía ser plata. Ambas lucían sorprendidas por los diseños extravagantes y las gemas preciosas incrustadas.
Lufa, por su parte, pasó a revisar algunos libros que encontró en una caja de madera que a nadie parecía interesarle.
Cuando estuvo agachándose a recoger algunos de esos libros, sintió un golpe en la espalda.
–Disculpa –mencionó el poblador que chocó con él.
–Sin problemas –respondió Lufa.
Los ojos del hombre se abrieron al máximo cuando notó que era Lufa, para luego escapar, fingiendo demencia.
Casi como él, bastantes hombres lo notaron y se alejaron de Lufa luciendo bastante incómodos, incluso más que Miena.
Fue como una reacción en cadena. Todos los pobladores observaron de reojo a Lufa.
Aquellos que ayudaron a Crinar y terminaron burlados por Lufa apretaron los dientes y desviaron la mirada, otros que solo habían presenciado el evento lo observaban como un animal exótico, mientras que las mujeres se dividían en dos grupos: las damas mayores totalmente inexpresivas y las jóvenes que parecían tener alguna clase de fuego saliendo de sus ojos.
Lufa solo hizo como si no notase nada y revisó los libros. Para su mala suerte eran libros que había leído anteriormente.
–¡Comandante! ¡Traje las azadas que me pediste la pultima vez! –un tipo robusto y rubio habló con voz fuerte llevando una caja llena de picos y azadas.
–Deja de llamarme así Jhodde –mencionó Crinar. Tomó las azadas y las acercó a su rostro para observarlas con detenimiento –. Se ven bastante bien, hiciste un buen trabajo.
Las palabras de Crinar hicieron que el hombre adulto sonriera de felicidad como un niño al ser elogiado por su padre.
–Tengo tus otros pedidos por aquí.
Con esas palabras ambos se alejaron a revisar la siguiente carreta.
Miena y Kalissa llegaron justo en ese momento desde la parte de atrás dirigidas hacia Crinar y su acompañante.
Lufa siguió sus pasos.
–Jefe Crinar –mencionó Miena casi murmurando.
Crinar volteó y saludó con una expresión algo complicada. Después de los problemas del día anterior se sentía un poco avergonzado, pero mantuvo la compostura de un líder.
–Miena, Kalissa –saludó con un asentimiento –. ¡Cierto! –rápidamente recordó, chasqueando los dedos.
El soldado asintió en modo de saludo.
–Jhodde, esta vez tendrás que llevar a Miena y Lufa al ducado –el ceño de Crinar se tensó recordando a Lufa.
–¿Al ducado? ¿Piensan salir? –preguntó bastante sorprendido.
En todo su tiempo de soldado nunca fue testigo de alguien que quisiera salir del bosque de los Noctas, sin tomar en cuenta a Ludila que parecía tener algún acuerdo con el duque. Tan solo escuchó historias que en la generación del abuelo del duque actual salieron un par de familias para nunca regresar.
–No no –interrumpió Miena moviendo los brazos de un lado a otro –. Solo quiero salir a pasear. La señora Ludila mandó una carta mencionando algún contrato con el duque, así que le pido que comprenda.
Sobándose la barbilla, Jhodde mencionó –Si es cuestión de la señora Ludila entonces no debería haber ningún problema, pero, como sabe, es necesario que la escolte hasta el duque para verificar sus palabras. No es que desconfíe de ti, pero es mi trabajo –mencionó, rascándose la cabeza con pena.
–Por mi no hay problema. Por el contrario, le agradezco de antemano –Miena hizo una leve reverencia.
–Está bien. Saldremos al amanecer como la última vez. Preparen sus valijas para esa hora.
Miena asintió, agradeciendo nuevamente.
Lufa, quien había escuchado todo, se acercó hasta llegar al círculo que hacían.
Crinar apretó los dientes bastante tensos. Lufa nunca lo había visto con una expresión tan extraña. Miena reaccionó de la misma forma, mientras Kalissa lo golpeó en el hombro riéndose con fuerza. Como era de esperarse de la madre de Abigail.
–Será mejor que se preparen para el viaje –tosió Crinar, mostrando la compostura de un líder.
Lufa y Miena sabían que el ambiente sería extraño con ellos alrededor, así que se excusaron y salieron en silencio.
Las carretas que llegaron ascendian solo a cuatro, así que no había tantas cosas por mirar. Aun así, todo el día los pobladores estuvieron prendidos de las "novedades" que trajeron los soldados comerciantes.
Las horas pasaron y llegó la noche.
Un pequeño banquete se realizó con los alimentos sobrantes del día anterior para agradecer a los soldados. Gracias a Lufa quedaron un par de barriles de alcohol sin abrir que todos disfrutaron lentamente esta noche.
Kalissa llevó a Miena hacia el grupo de mujeres del pueblo, quienes, al enterarse de que esta viajaría durante una semana al ducado, estallaron de emoción hablando sin parar durante mucho tiempo.
Lufa, sentado sobre una roca, observó desde la lejanía con una sonrisa todo. Su expresión era bastante melancólica. Él no sabía cuándo volvería a encontrarse con esta vista.
–¿Qué haces tan alejado? –Abigail se sentó en cuclillas, apoyando su mentón en sus palmas.
Clorinde llegó junto a ella.
–Si me acerco habrá problemas –Lufa mencionó con burla.
Abigail rió entre dientes.
–Mientras solo tomes agua no pasará nada –comentó Clorinde.
–Jeje. Lo más probable es que ese tipo escape si lo ve –Abigail apuntó hacia un rincón.
Lufa siguió la mirada de Abigail y vio un grupo de jóvenes conversando tranquilamente. Entre ellos, hubo uno que destacaba del resto debido a su rostro totalmente morado e hinchado. Lucía como un perro que fue picado por una abeja.
Los tres no pudieron evitar reirse.
Lufa bajó la cabeza, sobándose la nuca con la mano.
–¿Te arrepientes? –preguntó Clorinde con burla.
–¿Arrepentirme? –Lufa la miró –Mmm. Sí, me arrepiento.
Ambas chicas se sorprendieron, mirándose entre sí.
–Me arrepiento de no poder recordar cómo se sentía abofetearlo. Jaja –mencionó resignado.
Abigail y Clorinde estallaron en carcajadas.
Los tres conversaron durante mucho tiempo. Lufa contaba cosas bastante estúpidas que hacía reir aún más a las chicas.
Abigail notó que Clorinde poco a poco fue perdiendo su sonrisa.
–¿Pasa algo? –preguntó con un murmullo.
–No es nada –Clorinde se mordió los labios.
La chica sentía bastante estrés en este momento. Entendía que no debía decirle nada a Abigail, pero verla tan satisfecha sin saber que Lufa se iría por mucho tiempo le hacía sentir muy culpable.
Al voltear hacia Lufa, este le puso una expresión de disculpa, ahogando sus ganas de contar toda la verdad.
Clorinde suspiró, resignada, intentando capturar los recuerdos de su última noche juntos. Al menos hasta que el destino los vuelva a juntar.