El sonido retumbante de los tambores y la melodía alegre de las flautas provocaban que el buen ánimo de aquel lugar se incrementara en varios pliegues.
Lufa avanzó jalando a Abigail hacia el centro del sitio, junto a la fogata, donde los adultos y jóvenes danzaban saltando de un lado a otro.
Los años anteriores Lufa y Abigail también bailaron en compañía de Clorinde y los demás, pero esta vez, era totalmente diferente. Ambos lo sabían.
–¿Necesitas guía? –preguntó Lufa.
Abigail hizo un puchero y volteó los ojos.
Ella recordó años atrás, cuando hizo el ridículo al equivocarse al momento de danzar con Lufa por primera vez y este le dijo que no sabía bailar al igual que ella. Al año siguiente, Lufa parecía haber olvidado sus propias palabras y demostró sus habilidades por encima del promedio, dejando al descubierto su mentira.
Luego de ello, Abigail practicó a escondidas con ayuda de su madre para no volver a pasar por otra situación vergonzosa.
Desechando esos recuerdos, Abigail comenzó a liderar el baile.
Al inicio, lo hizo por inercia, manteniendo una cara sin expresión, solo siguiendo la música. Pero, más tarde, el sentimiento de algarabía de toda la gente fue impregnándose poco a poco en su ser.
Abigail perdió totalmente sus pensamientos negativos al notar la sonrisa feliz de Lufa que la tomaba de la mano.
Las risas felices de las nuevas parejas formadas.
Las inusuales conversaciones en voz alta de los pobladores ebrios que chocaban vasos llenos de alcohol.
El olor floral proveniente de las mujeres.
El color rojo de los trajes y las sombras oscilantes provocadas por la fogata.
Todas aquellas cosas formaron un sentimiento de éxtasis que todos allí compartían.
Pero, para Abigail, fue un momento único que quedaría grabado en su memoria.
Deseando que aquel instante continuara por siempre, notó que el rostro de Lufa se acercó al suyo, lo que le provocó que su cuerpo se tense y se equivoque en sus pasos. Acto seguido, el pie de Lufa fue pisado.
El ceño de Lufa se arrugó por un milisegundo.
–Creí que habías mejorado –comentó con burla pegando su rostro al de ella.
Abigail comprendió que Lufa se había acercado solo para hablarle debido a los ruidosos sonidos de alrededor. ¡Ella había malentendido todo!
–¡Lo siento! –se disculpó rápidamente.
–Olvídalo –Lufa cambió de tema –¿Sigues enojada conmigo?
Ambos se miraron fijamente por un corto tiempo.
Abigail negó con la cabeza.
–Te puse en una situación dificil –añadió con algo de culpa.
–Pienso igual que todos. Llevabas mucho tiempo sin dar problemas –Abigail suspiró.
El dúo se encontraba conversando tranquilamente en medio de todo el ajetreo. Los demás estuvieron tan concentrados en sus propias vidas que no les tomaron importancia.
–Lo que dijiste ese día ¿Era en serio? –Abigail entrecerró los ojos.
La respuesta de Lufa fue un ligero asentimiento.
Abigail apretó fuertemente la mano de Lufa con una expresión rencorosa que fue cambiada al segundo siguiente por una sonrisa pura.
Recordando las palabras de Clorinde se decidió.
–Veremos si alguien se atreve a acercarse –Abigail mostró sus hermosos dientes.
La expresión de Lufa se congeló.
Abigail n lo dejó escapar hasta que estuvo satisfecha de bailar con él.
Luego de decenas y decenas de minutos, ambos caminaron tomados de la mano hasta sus asientos.
Lufa notó que Kalissa relajó su rostro al ver a su hija de buen humor. Sus penetrantes ojos expresaron una amenaza silenciosa para que él no volviera a molestar a su niña.
Tiempo después regresaron Clorinde y su madre con una serie de brochetas que exudaban un aroma tentador, además de algunos vasos con líquido amarillento.
Clorinde se sentó junto a ellos y les pasó la comida.
Rápidamente devoraron la carne y tomaron sus bebidas.
–¿Ya todo está bien? –Clorinde mantuvo una sonrisa triunfante en todo momento.
–¡Sí! –respondió felizmente Abigail.
Lufa asintió.
–Pueden comenzar a agradecerme… –su nariz se elevó al cielo.
Abigail la abrazó, susurrándole palabras de agradecimiento mientras la acariciaba.
Clorinde rio por las cosquillas.
–Abi, no deberías agradecerme tan rápido.
Abigail ladeó la cabeza sin comprender.
–Toda ayuda tiene un precio –sonrió maliciosamente.
Señales de interrogación parecían salir por su desconcierto.
Clorinde señaló a Lufa –el precio –expresó.
–¿Ah?
–Ya tuviste tu momento feliz. Es mi turno.
Abigail no tuvo tiempo de reaccionar. Con un movimiento veloz, Clorinde se puso de pie, tomó de la mano a Lufa y se lo llevó a bailar ante la mirada atónita de todos.
El cuerpo de Lufa se movía como gelatina mientras avanzaba.
–Pensé que te opondrías –comentó causalmente Clorinde.
Al no escuchar respuesta, giró su cabeza y se sorprendió con la vista.
La cabeza de Lufa oscilaba lentamente hacia todas las direcciones. Sus ojos se encontraban nublados y su tez mostraba algo de sonrojo.
–¿Hermano?
Escuchando que lo llamaban, Lufa trató de enfocar su visión entrecerrando sus ojos.
–¡Oh! Es la pequeña Cloro –mencionó riendo tontamente.
–¡No puede ser!
Clorinde acercó su rostro al de él y olfateó como un perro.
–¿Te emborrachaste? –Ella abrió la boca, estupefacta.
El licor no estaba prohibido, así que cualquiera podía tomarlo libremente sin importar su edad o sexo. En ocasiones de festividades gigantescas era incluso servido a los niños por la misma iglesia.
Clorinde había tomado la misma cantidad de alcohol que Lufa, pero lo único que sintio fue un sabor dulce que terminó calentando su garganta. Le sorprendió bastante que Lufa tuviera tal debilidad.
–Pequeña Cloro has crecido tanto en todos estos años. Me siento orgulloso –le acarició la cabeza.
–Hermano ¿Estás bien? –preguntó.
–Perfectamente –respondió, tambaleándose.
–¿Puedes pararte en un pie?
Sin dudarlo, Lufa subió un pie y se quedó girando en su propio eje mientras se movía como un trompo a punto de caer. Se mantuvo estable.
–Ya entendi. Puedes para ahora.
Lufa se detuvo con la orden.
–Parece que puedes bailar –suspiró de alivio.
–¡Claro que puedo!
Lufa la tomó de la mano y comenzó a liderar la danza.
Mientras más pasaba el tiempo, la sorpresa de Clorinde fue incrementando.
Si no fuera por los ojos nublados y la mirada tonta de Lufa, cualquiera pensaría que estaba en sus cabales.
–¡Eres increíble! –hizo un cumplido sincero.
–¿Lo soy? ¡Lo soy! –respondió con confianza.
En ese momento Clorinde recordó las palabras de su madre: "los ebrios siempre sueltan la verdad". Un pensamiento malicioso cruzó por su cabeza. Observó a todos lados como si no quisiera que alguien se entere y se acercó al oído de Lufa.
–Hermano ¿estás saliendo con Abi?
–Aún no –respondió –. Todavía es muy joven –meneó la cabeza, negando con decepción.
–¿Hablaste en serio sobre tener más esposas?
–Claro que sí.
–¿Te gusta Abi?
–Sí.
–¿Te gusto? –Los labios de Clorinde temblaron.
–Sí.
Clorinde miró a todos lados con el rostro sonrojado de vergüenza. Sintió que había cometido un crimen. Al no ver sujetos sospechosos al acecho continuó su interrogatorio.
–¿Puedo ser una de tus esposas? –preguntó expectante con los ojos brillantes.
Lufa torció su cabeza de arriba hacia abajo exageradamente como si estuviera analizándola con detenimiento.
Clorinde sintió un hormigueo en el cuerpo.
–Sería mejor que me preguntaras eso cuando crezcas un poco más –respondió con una sonrisa.
Clorinde experimentó una pizca de decepción, pero luego se llenó de confianza.
Luego, como recordando algo, preguntó –¿Hay alguna razón por la que quieras tener más esposas? ¿No es solo suficiente con Abi?
–Ah. Bueno. Abi sería suficiente si no existiera Tel…
–¡Oigan! ¡Ya pasó demasiado tiempo! –Abigail eligió el peor momento para interrumpir.
–¡Justo iba a decir algo! –Clorinde no llegó a escuchar lo que dijo Lufa.
Quiso volver a preguntar, pero se dio cuenta de que su amiga parecía enojada, así que lo dejo de lado bastante resignada y frustrada.
Abigail tomó de la mano a Lufa y avanzó lentamente. Al sentir que llevaba a una muñeca de trapo, giró y se topó con un Lufa tambaleante.
–¿Qué le pasa?
–Está ebrio
–¿Eh?
La fiesta termino casi al salir el alba.
Lufa despertó sin tener idea de las cosas que hizo el día anterior.