Durante la semana siguiente a su pelea, Abigail evitó completamente a Lufa.
Siendo el único puente entre ellos, Clorinde le llevó las noticias de que Abigail aún se sentía bastante enojada, así que trataría de ayudarlos a reconciliarse en las festividades.
Así, llegó la mañana de la festividad de cosecha.
A diferencia de años anteriores, este año habría más personas moviéndose al ritmo de las hormigas y llevando muchos objetos de un lugar a otro.
Lufa despertó bastante temprano para ayudar, pero fue despedido por Miena debido a su brazo en recuperación.
Bastante aburrido, se dirigió a diferentes lugares para apoyar a los pobladores, pero, de manera similar a Miena, todos lo rechazaron, aceptando sus buenas intenciones.
Decepcionado, no le quedó más que acercarse a la plazuela donde Crinar se encargaba de recepcionar la cantidad gigantesca de costales entrantes. A un costado, Trenor le dirigió una mirada hostil antes de seguir "verificando" que no hubiese ningún problema con los insumos, pero en realidad solo estuvo perdiendo el tiempo.
Sin tomarle importancia, Lufa se sentó sobre una piedra, cerca de las cocinas.
Normalmente ingresaría en la conversación de las mujeres, pero, esta vez, se encontraba en una posición díficil. En primer lugar, todos trabajaban menos él; y, en segundo lugar, Abigail también se encontraba allí y no quería incomodarla, pues ella podría terminar llorando y armando una escena. Si eso llegara a suceder Kalissa no dudaría en golpearlo delante de todos.
El tiempo pasó lentamente.
Los ojos de Lufa quedaron pendientes de las acciones Abigail, quien se encontraba lavando algunos vegetales junto a Clorinde.
El cambio físico de su amiga fue muy evidente.
Su rostro perdió la infantilidad que la caracterizaba y se alargó hermosamente hasta formar un óvalo sin imperfecciones. Sus ojos tan azules como el cielo contrastaban maravillosamente con su cabello castaño del color de la madera. Por otro lado, su piel originalmente blanca tenía el bronceado característico de la gente del pueblo, pero, al igual que Miena, se asemejaba más a un tono marfil suave.
El Lufa de sus recuerdos nunca le dio la suficiente importancia a Abigail. Tan solo se fue del pueblo a los 17 años debido a su aburrimiento.
Al contrario, el Lufa de ahora era diferente. Él mentiría si dijera que no tiene interés romántico por su amiga, pero no podía dejar sus preciosos recuerdos de lado. Mientras existiera Telmina no podría enfocarse solo en Abigail.
Los párpados de Lufa descendieron lentamente hasta oscurecer su visión.
Luego de exhalar sus preocupaciones, se levantó y se retiró de aquel lugar.
Durante estas últimas semanas, en su tiempo de "recuperación", él se dedicó a plasmar todo su conocimiento en una serie de libros para que las chicas sigan estudiando mientras no estuviera.
Ya que nadie necesitaba su ayuda en este momento, bien podría terminar de dibujar algunos hechizos más.
Dentro de su habitación, se dirigió al baúl viejo donde guardaba su ropa y hurgó en el fondo, sacando muchas hojas encuadernadas, pinceles y los recipientes con sangre de bestias que estuvo recolectando.
Sin perder más tiempo, se sentó en el suelo de madera y con su única mano libre imbuyó mana en su pincel cubierto de sangre y dibujó círculos mágicos protectores que podrían utilizarse solo rasgándolos.
Las horas pasaron.
Era mediodía y Abigail junto a Clorinde se encontraban almorzando la sopa de trigo característica del festival.
Clorinde percibió que su acompañante observaba de reojo hacia todas partes, claramente buscando a Lufa.
–¿Todavía sigues enojada con él? –murmuró.
–No sé de qué hablas –respondió Abigail, bajando la cabeza para disimular.
–Oh, mira, es Lufa.
Abigail saltó levemente al escuchar el nombre, pero rápidamente se recompuso y desvió su mirada. Sus ojos escanearon rápidamente todo el lugar y no vio rastro del chico. Al devolverle la mirada a Clorinde, esta última estuvo sonriendo con burla. Había sido jugada.
–Hmp –se llevó más trigo a la boca.
–¿No piensas bailar con él hoy?
No hubo respuesta.
–Si no te interesa entonces deberías decirlo claramente –bajando un poco la voz, Clorinde continuó –. Si no lo quieres pues yo sí.
La reacción de Abigail fue rápida.
–¡Tú! –se quedó pasmada con sus ojos fijos sobre su amiga.
–¿Qué? ¿No puedo?
Con dificultad y ansiedad Abigail continuó –¿Hablas en serio?
–¿Tú que crees?
La sonrisa enigmática de Clorinde hizo que ella se mordiera los labios. Luego, bajando la cabeza, perdida en sus pensamientos, se llevó más trigo a la boca.
Los minutos transcurrieron en silencio hasta que, con una voz casi inaudible, Abigail preguntó –¿No te molestaría que él tuviera más chicas alrededor?
Clorinde frunció el ceño ante esa pregunta y se puso a pensar por algún tiempo con los ojos cerrados.
Las arrugas de su frente se relajaron luego de una corta deliberación y respondió con soltura.
–Seria mentira si dijera que no, pero, en este momento sería la única ¿no? Lo que pase después puedo tomarlo con calma.
Aquella respuesta tomó con la guardia baja a Abigail, quien mantuvo una expresión atolondrada.
–Oigan, ¿vieron a Lufa?
Miena salió de la nada portando un cuenco de madera lleno de sopa. Casi todos habían terminado de comer.
–Debería estar en casa –contestó Clorinde.
Miena se rascó la cabeza con preocupación, para luego mirar con vergüenza a Clorinde.
Comprendiendo sus intenciones, intervino –Si deseas puedo llevárselo.
–¡Gracias! –mencionó Miena–Todavía tengo que ayudar un poco más, así que te lo encargo.
Luego de pasarle el cuenco a Clorinde, dio la vuelta y se alejó con pasos rápidos.
Abigail había sido ignorada, lo que la puso aún más triste.
–Nadie hablará contigo si mantienes esa cara larga –suspiró Clorinde,
Abigail puso una cara de consternación.
–¿En serio no entiendes? Este es un pueblo pequeño. ¡Todos saben que estás peleada con Lufa!
El desconcierto se vio reflejado en el rostro de la joven de ojos azules.
–Haaaaa. Que molestia. Déjame decirte algo Abi. Si vas a continuar con esa actitud entonces olvídate de Lufa y déjalo en mis manos.
Abigail abrió la boca decidida a hablar, pero se quedó callada mordiéndose los labios. Como si se diera por vencida, bajó los hombros con desgana al igual que su cabeza y no respondió.
–Solo recuerda que después del festival se irá. Si llegara a pasarle algo y no regresara entonces todas tus preocupaciones serían en vano. Claro que ya no te importa lo que le pase, ¿cierto?
Después de soltar su reproche exasperado, Clorinde se fue llevando el cuenco sin mirar atrás.
Un par de lágrimas cayeron, manchando el suelo.
–¡Sí me importa! –sollozó Abigail.
Solo ella misma pudo escuchar su respuesta.
Unos minutos después, en la casa de Lufa, la puerta crujió al ser abierta.
Lufa, al escuchar el sonido, cesó sus dibujos y rápidamente trató de esconder todo.
–Hermano, te traje comida –se escuchó desde el primer piso.
Lufa suspiró de alivio. Era bastante complicado trabajar con solo una mano.
Para cuando Lufa bajó, Clorinde se encontraba revisando sus utensilios de donde sacó una cuchara y la puso sobre el cuenco de trigo.
–Gracias.
–No hay problema –ella se sentó frente a Lufa.
–¿Cómo van las preparaciones?
–Todo listo. Solo falta que llegue la hora.
–Ya veo –Lufa comenzó a comer lentamente –¿Abi sigue enojada?
–Un poco… –respondió con algo de molestia – Pero no te preocupes, ya casi está domesticada –levantó dos dedos haciendo un símbolo de victoria.
–Jaja. No la trates como si fuera un animal salvaje.
–¡Es que…! –Clorinde exhaló con cansancio – A veces es muy terca. ¡Y tú eres tan impredecible! ¡Ambos me molestan demasiado!
–Eres una buena chica –Lufa le sonrió con agradecimiento.
–Hmp –cruzó los brazos –. Más les vale agradecerme correctamente.
–Jaja. Lo que tú quieras.
–¿En serio? –preguntó con los dientes expuestos en una sonrisa diabólica.
–Mientras sea aceptable.
–Déjame ver –masajeó su mandíbula –. Por el momento… Solo baila conmigo hoy.
Lufa esperaba algo descabellado, así que aceptó inmediatamente el sencillo pedido.
El par conversó durante algún rato más, hasta que Clorinde sintió que era bastante tarde y se fue, probablemente a arreglarse para las festividades.
Por su parte, Lufa, realizó algunos dibujos más antes de cambiarse al poncho rojo que ahora le quedaba pequeño y salir directo a la plazuela.
El viento de la tarde llevó el olor a flores característico de las mujeres del pueblo. El ocaso teñía de naranja las pequeñas casitas de barro, mientras el sonido de tambores se hizo cada vez más fuerte.
Lufa aspiró el embriagante perfume floral mientras quemaba en sus retinas la vista del lugar, tratando de mantener en su memoria aquel recuerdo de su último festival con los Noctas.
Momentos después, el manto de la noche cubrió el bosque en su totalidad.
La fiesta había comenzado.