Las ruinas de la ciudad se veían a la distancia. Los enormes edificios que alguna vez se pararon como grandes e imponentes gigantes ahora se encontraban tumbados en mitad de un enorme desierto. Las que en antaño habrían sido unas enormes y vistosas ventanas que representaban la gloria del modernismo, ahora se encontraba rotas o desaparecidas, siendo muy pocas, casi contadas con los dedos de una mano, aquellas que aún se mantenían intactas o con una pequeña fisura. los colores pastel, rojo fuerte o blanco impoluto habían desaparecido y en su lugar se encontraba un negro grisáceo cubriendo los cadáveres de aquellos gigantes de concreto.
El seco viento del desierto movió una pequeña mota de polvo que rodeó el silencioso cementerio de concreto. El sonido de unos pasos rompió el lúgubre silencio que rodeaba aquel extenso Partenón. De haber habido alguien por las cercanías, habría contemplado como una oscura silueta aparecía a la distancia, caminando con calma y tranquilidad a pesar del infernal calor junto al seco viento que corría a cada segundo. A medida que se acercaba, la silueta iba tomando una forma más reconocible. De un metro noventa, vistiendo un pantalón negro junto a una camisa del mismo color y con un sombrero vaquero que hacía juego con su conjunto, aquella figura tapó sus ojos negros con su brazo mientras que el viento movía su larga cabellera roja hacía un costado. A pesar de que debían de estar a cuarenta grados a la sombra, aquella hermosa mujer llevaba un largo saco negro. Una cadena de metal blanco y reluciente descansaba en su cinturón. Acercándose a las ruinas, aquella misteriosa caza recompensas observó con cautela su entorno, en espera de algún tipo de problemas, el silencio fue la única respuesta que obtuvo ante su minuciosa búsqueda. Continuando camino, aquella misteriosa mujer se adentró a las ruinas mientras sacaba un paquete de tabaco de su bolsillo y lo abría, extrayendo un cigarrillo de su interior. Al ver que era el último que le quedaba, largó un molesto gruñido antes de arrugar el paquete y tirarlo a un costado mientras buscaba su encendedor dorado en el bolsillo de su enorme saco negro. Acercando la pequeña llama al tabaco cubierto por un papel blanco, lo encendió y dio una fuerte calada antes de apagar su encendedor. Retirando el cigarrillo de sus labios, largó una pequeña nube de humo de su boca mientras reprimía sus recuerdos, recuerdos que parecían las imágenes de un sueño febril antes que eventos que vivió cuando era joven, hace tantos años atrás. Los tiempos de paz se veían tan lejanos que ella misma se llegaba a preguntar en más de una oportunidad si realmente existieron o si solo fueron producto de un sueño febril de una noche de verano antes que un evento real. ¿Cómo todo había ido tan mal? ¿Cómo fue que la humanidad llegó a ese punto? Eso no importaba ahora sino descubrir cuanto faltaba para llegar a su siguiente objetivo: el ex gobernador de lo que alguna vez fue California.
Sonriendo, aquella misteriosa mujer que respondía bajo el nombre de Hunter se regocijó al imaginar la cuantiosa suma que le darían por ese infeliz, estuviese vivo o muerto.