Estel se despertó esa mañana como cualquier otra, en medio de la tranquilidad habitual del apartamento de sis padres. Todo estaba en su lugar: la ropa doblada perfectamente sobre la silla al pie de la cama, la taza de café que siempre le preparaba su padre antes de ir a trabajar, esperando ser recalentada en el microondas, y su portátil, reposando sobre el escritorio con la pantalla en modo suspensión, justo donde lo había dejado tras horas de trabajo.
Era un lunes, y Estel se enfrentaba a otra semana más de lo mismo: una rutina que había perfeccionado con los años y que le daba cierta paz. Ser autista había significado, desde siempre, que cualquier alteración en su orden personal O de su rutina podía desatar una tormenta de emociones difíciles de controlar. Pero en los últimos meses, no era tanto el mundo exterior el que le perturbaba, sino algo mucho más profundo y personal. Algo que había mantenido en silencio, atrapado dentro de él durante tanto tiempo que ahora comenzaba a hacerse insoportable.
Desde niño, Eloi –o más bien "Estel", como aún lo llamaban todos– siempre había sentido que había algo fuera de lugar. En la escuela, cuando las niñas jugaban con muñecas y los niños a futbol, él se encontraba a sí mismo queriendo correr con los chicos, luchar, ensuciarse las manos, no queria ir con la falda del uniforme o vestir con ropa de color rosa "siempre decia que tenia alergia al rosa". Las etiquetas de género le resultaban confusas, pero a una edad tan temprana, era más fácil ignorar esa sensación de desconexión que tratar de entenderla. En su entorno familiar y en la escuela, nunca hubo espacio para hablar de esas cosas. Así que callaba.
Y ese silencio se mantuvo. Durante años, Estel había logrado encajar, aunque fuera a duras penas, en los moldes que la sociedad le imponía. Se vestía como su madre le sugería, actuaba como se esperaba que una joven adulta lo hiciera, y se relacionaba superficialmente con el mundo, sin dejar que nadie se acercara demasiado. A los 27 años, seguia viviendo con sus padres, trabajando como socorrista y monitor de natacion en el gimnasio del pueblo. Tenía pocas amistades, siendo Julia la única persona que verdaderamente conocía parte de lo que él era. Pero incluso Julia no conocía todo.
Esta mañana, sin embargo, algo en el aire parecía distinto. Estel no podía seguir ignorando lo que sentía, lo que había venido creciendo en su interior desde hacía años. El peso de seguir viviendo como alguien que no era se había vuelto insoportable. Las pequeñas crisis emocionales que experimentaba en el trabajo, los días en los que su piel le picaba debajo de la ropa femenina que a menudo evitaba pero que aún usaba por presión social, todo se acumulaba en su mente. La fachada se estaba agrietando.
Se levantó de la cama lentamente, arrastrando los pies hasta la cocina. Recalentó el café y lo bebió en silencio, observando por la ventana cómo el sol se alzaba en el cielo, coloreando las calles de la ciudad con tonos dorados. El tráfico comenzaba a animarse, con el sonido constante de coches y motos que zumbaban al otro lado del cristal. Para muchos, el día apenas comenzaba; para Eloi, ya sentía el cansancio de años de negación acumulada.
Estel tomó su portátil y se sentó frente a él. Abrió el navegador, y sin pensarlo mucho, escribió "personas trans" en el buscador. Desde hacía semanas, había estado investigando sobre la transición de género, leyendo foros y testimonios de personas que habían pasado por lo mismo. Cada palabra que leía resonaba con él, como si esas personas hubieran estado viviendo su vida, entendiendo sus luchas, sus miedos. Pero aún no había sido capaz de dar ese primer paso. No se había atrevido a decir en voz alta quién era.
Mientras se sumergía en otro artículo sobre la disforia de género, su mente vagó hacia su infancia. Recordaba un día, cuando tenía unos nueve años, en el que se había escondido en el armario de su madre, probándose la ropa de su padre. La camisa de cuadros que le quedaba enorme, los zapatos demasiado grandes para sus pies. En aquel momento, había sentido una extraña combinación de alivio y terror. Alivio porque, por un breve momento, su reflejo en el espejo parecía más cercano a lo que sentía en su interior. Terror porque sabía que, si alguien lo descubría, no lo entenderían. Su madre lo habría regañado, su padre lo habría mirado con esa mezcla de decepción silenciosa que él tanto temía. Y así, la verdad había quedado enterrada.
El pitido del microondas lo sacó de sus pensamientos. El café ya estaba frío de nuevo. Eloi lo dejó sobre la mesa, olvidándose por completo de él mientras navegaba sin rumbo por las páginas, buscando algo, una señal, una respuesta.
El sonido del móvil lo sobresaltó. Era Julia. "¿Vienes esta tarde a tomar algo?", preguntaba el mensaje. Estel dudó durante unos segundos, sintiendo un nudo en el estómago. No era la primera vez que sentía la necesidad de contarle a Julia lo que realmente estaba pasando, pero siempre lo había pospuesto. Sin embargo, hoy era diferente. Algo en él le decía que no podía seguir esperando. No más.
"Sí, claro. Nos vemos a las seis", respondió finalmente.
Durante el resto de la mañana, intentó concentrarse en el trabajo, pero la ansiedad lo devoraba. A las seis en punto, se encontró en el pequeño café donde solían reunirse. Julia llegó poco después, con su típica sonrisa abierta y energía despreocupada. Se sentó frente a él, charlando animadamente sobre su día, sin notar al principio la incomodidad de Estel.
Después de unos minutos, Julia finalmente dejó de hablar y lo miró con atención. "¿Estás bien?", preguntó, frunciendo el ceño.
Eloi tomó una respiración profunda. Las palabras parecían atrapadas en su garganta, como si estuvieran luchando por salir, pero también aterrorizadas de lo que pasaría una vez lo hicieran. "Tengo que decirte algo", murmuró, bajando la vista hacia sus manos, que jugueteaban nerviosas con la servilleta.
Julia lo miró fijamente, en silencio, dándole espacio para que continuara.
"Yo… no soy quien todos piensan que soy", empezó. "Durante toda mi vida he sentido que no encajaba en el rol de género que se me asignó. Siempre me he sentido... diferente. Y creo que ya no puedo seguir ignorando esto. Soy trans, Julia. Soy un hombre, y mi nombre es Eloi".
Las palabras, una vez pronunciadas, parecían llenar el espacio entre ellos como un peso tangible. Julia se quedó en silencio por unos instantes, asimilando lo que acababa de escuchar. Eloi pudo sentir su corazón latiendo con fuerza en el pecho, temiendo lo peor. ¿Lo rechazaría? ¿Se reiría? ¿Lo miraría de forma extraña, como si ya no fuera la misma persona?
Pero entonces, Julia sonrió. Una sonrisa suave, comprensiva. "Eloi", dijo lentamente, probando el nombre en su boca. "Gracias por decírmelo. Estoy aquí para lo que necesites. Te apoyo, siempre lo haré".
El alivio fue tan intenso que Eloi casi se echó a llorar. Había dado el primer paso. Y aunque el camino por delante aún era largo, ya no tendría que recorrerlo solo.