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Chapter 5 - Mierda... con sal

La ciudad devastada se extendía ante Jhon como un cadáver desmembrado. Que aparenta estar en los cuarenta años, su barba desprolija y el cabello pelirrojo ocultaban su verdadera naturaleza bajo capas de suciedad. Vestido con una sudadera raída y pantalones desgastados, su figura de uno noventa y ocho proyectaba una sombra imponente. Sin animales y con solo escombros como compañía, su misión era sencilla: sobrevivir.

Después de horas de búsqueda infructuosa, Jhon regresó a su casa, o lo que quedaba de ella, al lado de la estación de metro. La ciudad ofrecía lugares mejores, pero él no podía abandonar su hogar; estaba anclado por recuerdos y una promesa que prefería no haber hecho. Atravesó las vías del metro, el único camino aún transitable, y empujó la puerta apenas funcional de su casa.

—Tengo que arreglar esa maldita puerta uno de estos días —murmuró, consciente de que nunca lo haría—. No es como si quedara alguien para robarme.

Dejó su vieja mochila sobre la mesa para revisar los objetos que encontró en el camino: un Zippo funcional, algunas botellas de agua sucia pero no tóxica, un Rolex para su creciente colección, y una chaqueta de cuero que no estaba tan gastada. Pero el verdadero tesoro del día fue un frasco de sal.

—Por fin, algo de sabor para esta porquería —rió para sí mismo—. Ahora la dieta incluye porquería con sal.

Las bromas que se hacía eran su única manera de mantener la cordura o seo se decía a si mismo. Hacía tanto que no escuchaba su propia risa que ya dudaba de si aún recordaba cómo sonaba.

Encendió la radio esperando oír algo más que estática, aunque sabía que no había recibido noticias en dos años. Ajustó el dial, esperando romper el silencio.

—Aquí la base del rey de los piratas, para comunicar que he encontrado el ¡One Piece! —lo dijo con ironía en la grabación—. Una gran cantidad de revistas Playboy y relojes Rolex. Si quieres mi tesoro, ven a buscarlo. Está justo bajo mi trasero en las coordenadas 34.0696° N, 118.4032° W.

Sin recibir una respuesta, Jhon pateó una caja de revistas viejas y se rió con amargura.

—Mejor para mí, me quedo con el tesoro.

Cansado y si animo, se dirigió a su taller, revisando los aparatos de comunicación, las alarmas, los puertos de carga, el generador eléctrico, las trampas y las torretas. Nada debía pasar su perímetro. Miró el reloj en la pared: cuatro días, doce horas, quince minutos y treinta y tres segundos en cuenta regresiva.

—Aún falta revisar las torretas norte, la plataforma de carga y los escudos magnéticos —se dijo, pero su cuerpo ya comenzaba a desvanecerse por el hanbre.

Cansado, abrió la nevera y sacó un frasco con un líquido marrón y grasoso junto con un pedazo de carne oscura. Al arrojar la carne sobre la sartén, el olor asqueroso llenó la cocina, pero Jhon apenas lo notó. Su mente se iba, al igual que lo hacía cada vez que miraba las fotos en la mesa de centro. Una foto mostraba a su antiguo equipo, diez personas en total, todos con uniformes intactos, sonriendo con un entusiasmo que ahora parecía imposible. La otra, más vieja y gastada, mostraba a su familia: su padre, rudo pero con una sonrisa amorosa, su madre, y su hermana menor con aquellos ojos traviesos que siempre lo hacían reír.

Jhon se quedó inmóvil, observando los retratos. La sensación de pérdida era una punzada en su pecho. Casi sintió que su rostro se quebraba por la tristeza. Cerró los ojos y apretó los dientes.

Ignorando sus recuerdos se puso a ver su anime favorito -maldita sea, Oda. Tuviste que morir sin decirle a nadie cómo termina el anime —murmuró con el ceño fruncido, tragando la carne con el líquido marrón—. Sabe a mierda... con sal.

De repente, el sonido de una alarma lo sobresaltó. Un terrible dolor de cabeza lo sacudió. La luz roja parpadeaba, y la grabación repetitiva de la alarma resonaba por los altavoces.

—¡Mierda! —exclamó al ver que el reloj marcaba 00:00:33:50—. ¡Treinta minutos! ¿Qué diablos está pasando? Se suponía que el ataque sería en cuatro días.

Corrió hacia la nevera y sacó un maletín con ampolletas verdes y azules, colgándoselo al hombro antes de dirigirse a la armería. Con la exoarmadura negra ajustándose a cada centímetro de su cuerpo, Jhon parecía una torre de acero, una masa de músculo y metal, lista para aplastar cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Sentía el peso del subfusil en sus manos, y el frío del metal sobre su piel le recordó que, en ese momento, no había espacio para el miedo.

El suelo vibraba levemente. No era un temblor cualquiera, era un eco en la distancia, una advertencia de lo que estaba por venir. Miró el reloj: 00:00:16:27.

—Queda muy poco tiempo. Necesito armar las trampas, calibrar las torretas y rezar para que los escudos tengan suficiente energía.

Mientras bajaba al sótano, su mente regresó fugazmente a aquellos días en que peleaba junto a su equipo. Recordaba los rostros de todos ellos, cómo uno por uno habían caído, y cómo, en silencio, había prometido no dejarlos morir en vano. Pero ya ni siquiera estaba seguro de por qué seguía luchando. "¿Por ellos... o por mí?" pensó.

Selló la escotilla con explosivos. Si alguien intentaba forzarla sin el código, una explosión arrasaría con todo.

—Si caigo, los bastardos se llevarán una sorpresa —dijo, sonriendo con amargura.

En la sala de mando, observó las defensas: más de cien torretas automáticas, lanzallamas, cañones de plasma y trampas rodeaban el portal verde-amarillento. El temblor del suelo era cada vez más evidente, una señal de que la horda estaba más cerca de lo que pensaba.

—Espero que la munición sea suficiente —pensó, mientras la voz robótica informaba el estado de las defensas.

—Tiempo para la llegada de la horda: 00:00:02:05.

Jhon respiró hondo, el aire pesaba sobre sus pulmones, como si el ambiente mismo supiera lo que estaba por suceder. Su cuerpo entero se tensó. La cuenta regresiva continuaba, y el temblor bajo sus pies ya no era solo el eco de algo distante. Era el latido de una tormenta de caos que estaba a punto de desatarse.

El portal se había abierto por completo, y de su vértice rojo surgió la primera criatura, arrastrándose con un siseo que resonaba como el crujir de metal oxidado, Su cabeza bulbosa, con múltiples ojos compuestos, destellaba un brillo maligno, y sus mandíbulas afiladas chisporroteaban al chocar entre sí. John la observó con frialdad mientras avanzaba.

-Sistema de defensa activado -murmuró, mientras las torretas automáticas giraban en dirección al portal, Que comience la fiesta.

El estruendo de las torretas retumbó en el aire, disparande råfagas de plasma contra las primeras oleadas de monstruos, Las criaturas, con sus exoesqueletos brillantes y aceitosos, cayeron bajo el peso de los disparos, pero su avance no se detenía, más y más surgían del portal, una marea interminable de horrores, como si el mismo infierno hubiese abierto sus puertas.

John revisaba rápidamente los controles, sus ojos recorriendo las pantallas de defensa, de pronto, una alarma comenzó a parpadear en rojo; uno de los cañones de plasma había dejado de disparar,

-Malditos generadores pensó, mordiéndose el labio con frustración mientras corría hacia la estación de carga, no podía permitirse que las defensas fallaran ahora.

-Cañones fallando... munición al 30% -informó la IA con una voz neutral. John apretó los dientes y abrió su maletin con las ampolletas. No había tiempo que perder.

Mientras corría, derribaba criaturas con disparos precisos, pero algunas lograban alcanzarlo. Sintió un dolor agudo cuando una de ellas clavó sus garras en su armadura, intentando atravesarlo, Gruñó de dolor y rabia, girando sobre sí mismo para descargar un cargador entero en la cabeza de la criatura. La bestia explotó en una nube de ácido corrosive, cuyas gotas verdes chisporroteaban al contacto con su armadura,

dañándola levemente, Pero John no se detuvo.

Sus pasos lo llevaron hasta el generador dañado, donde la fuente de carga se había caído. A su alrededor, las criaturas se agolpaban, formando una masa apretada de garras y dientes, Miró el maletín nuevamente. No había tiempo para dudar, sacó una de las ampolletas azules y se la inyectó.

El mundo a su alrededor se ralentizó. Cada movimiento, cada sombra y cada sonido se volvieron cristalinos. Su mente ahora operaba a una velocidad increíble, Calculó la mejor ruta hacia el generador mientras anticipaba los ataques enemigos, moviéndose con una fluidez casi perfecta. Saltó sobre una de las criaturas más grandes, disparando a las articulaciones de sus patas antes de destrozar su cabeza con un golpe certero de su cuchillo.

El generador estaba cerca, lo agarró con fuerza mientras el ácido chisporroteaba en el suelo, las criaturas lo rodeaban, pero John, con sus reflejos aumentados, las evitó con destreza, podía sentir cómo cada segundo se alargaba, su mente evaluando cada amenaza antes de que siquiera tuviera lugar.

Corrió hacia las torretas bajo una lluvia de ácido y fuego, con el generador en la mano. Lo instaló justo cuando las torretas comenzaban a agotarse. Un zumbido potente anunció que los cañones de plasma volvían a estar operativos. Las criaturas que invadían su perimetro fueron barridas por un torrente de fuego,

-¡Vamos! -grito John, con una mezcla de euforia y alivio.

Las criaturas comenzaron a retroceder. Justo cuando la última abominación cayó, el portal emitió un destello cegador. El rojo se tornó negro, y con un estruendo sordo, el portal se cerró. John cayó de rodillas, exhausto, sintiendo cómo las inyecciones comenzaban a disiparse.

-Lo logré... por ahora -murmuró, jadeando,

La sala de mando quedó en silencio, interrumpide solo por el sonido de su respiración agitada. El olor a ácido y sangre impregnaba el aire, un recordatorio del caos que había tenido lugar. El suelo estaba cubierto con los restos de las criaturas caldas, una visión que ya no lo sorprendía,

John miró una de las criaturas cercanas, su cuerpo quitinoso roto y sus entrañas esparcidas, sabía que necesitaba aprovechar los recursos disponibles, La comida escaseaba, y aunque la carne de estos monstruos era amarga y difícil de digerir, al menos era comestible.

Con un gruñido de resignación, sacó su cuchillo de combate, la hoja, mellada y cubierta de sangre, aún era lo suficientemente afilada para el trabajo. Se acercó al cuerpo, agachándose para cortar un trozo de carne oscura y fibrosa del abdomen de la criatura, la piel era dura, como cuero viejo, pero tras varios intentos, logró separarla.

El hedor lo golpeó de inmediato, una mezcla de amoníaco y azufre que lo hizo fruncir el ceño, guardó varios trozos en su mochila, aún habia otras partes del cuerpo que tenían otros usos.

"Esto es lo que queda", pensó con amargura.

Guardó el cuchillo y se limpió el sudor de la frente. Se permitió una pausa, cerrando los ojos mientras escuchaba el inquietante silencio que siguió al cierre del portal, su mente, inevitablemente, volvió a la última vez que enfrentó uno de estos portales, Aquellas criaturas habían acabado con su familia, y ahora él estaba aquí, comiendo a sus asesinos para sobrevivir.

Un ciclo grotesco.

Se limpió la sangre de las manos, recordanda cómo las inyecciones verdes y azules le mejoraban momentáneamente, pero a un precio. Sentía cómo su cuerpo no se recuperaba como antes, y los dolores que antes ignoraba comenzaban a multiplicarse, no podía evitar preguntarse cuánto tiempo más podría aguantar antes de que su cuerpo finalmente se rompiera,

-Quizá debería preocuparme por lo que me está haciendo esta carne... murmuró, pero no tengo otra opción.

Jhon se levantó lentamente, sintiendo el cansancio que pesaba sobre sus hombros. Se dirigió a la planta alta, en una mesa su bitácora lo esperaba, un cuaderno desgastado que había comenzado a usar como una forma de procesar todo lo que había vivido. Se sentó en la silla de metal, crujiente bajo su peso, y abrió el cuaderno, las páginas manchadas de sangre y suciedad.

Con una pluma desgastada en la mano, empezó a escribir. Mientras sus ojos recorrían las líneas, recordó a su equipo, a su familia, y cómo el tiempo se había convertido en un enemigo implacable. La letra se volvía más rápida, casi frenética, mientras intentaba capturar cada detalle de la batalla reciente y los horrores enfrentados.

Cada entrada en la bitácora era un recordatorio de que, a pesar de todo, aún luchaba. Reflexionó sobre las decisiones tomadas, la brutalidad de cada encuentro, y cómo cada criatura caída representaba no solo una victoria, sino también un recordatorio de la pérdida. Al cerrar el cuaderno, sintió un ligero desahogo. Era una forma de dejar que sus recuerdos cobraran vida, aunque fuera por un breve instante, y de seguir adelante, a pesar de lo difícil que resultaba