—Ha... ha... ha... —Alex intentó actuar duro y con voz alta, pero su fachada se estaba desmoronando. Su rostro se contorsionó de dolor, y apenas podía pronunciar una palabra mientras la agonía devastaba su cuerpo. Cada centímetro de él dolía, especialmente sus manos, que ya casi no podía sentir. Sabía que estaban rotas y temía que pudieran estar más allá de toda salvación.
—¿Necesito... una razón concreta... para enseñar a tus perros algunas... maneras básicas? —dijo Alex, mirando desafiante a Duke, con una sonrisa loca extendiéndose por su rostro—. Te odio... y eso es todo lo que necesito...
Al escuchar las palabras de Alex, el último hilo de raciocinio de Duke se rompió. Instantáneamente sacó la pistola que llevaba en los pantalones, la apuntó a la cabeza de Alex y soltó el seguro. Después de un momento tenso, Duke cambió su objetivo y apretó el gatillo sin pensarlo un segundo más.
¡Bang!
¡Thud!