Movió la pieza de ajedrez hacia atrás y lanzó a Rui Ka Kui una mirada más severa. Sus ojos se oscurecieron y agudizaron, amenazando con despedazar a Rui Ka Kui si no se iba inmediatamente.
—No toques mis cosas —dijo Caishen suavemente.
El tono era suave pero mortal, y cualquiera que conociera a Caishen sabía suficiente para retroceder cuando él lo usaba.
Rui Ka Kui se inclinó para evitar la mirada penetrante de Caishen y dijo ásperamente:
—Seré directo contigo, supongo. Pensé que entenderías por qué te he visitado hasta ahora, pero estás fingiendo y jugando al tonto o soy yo el tonto por asumir que conoces mis motivos.
—Nunca en mi vida me he autoproclamado tonto voluntariamente. Si esa es tu percepción de ti mismo, entonces te llamaré como gustes —le dijo Caishen.
Rui Ka Kui apretó la mandíbula, y Caishen notó el movimiento y supo que estaba enfadado, pero no podría haberle importado menos. El hombre estaba aquí con un mal motivo, eso era algo que podía percibir.
