Alix agarró la copa de vino y dio un gran sorbo. Lo tragó y lo miró, todavía dudando de lo que acababa de escuchar de él.
—Tú... Yo... —recogió la copa de nuevo.
Él tiró de su brazo y negó con la cabeza. Ella puso la copa de vino abajo y lo miró fijamente, parpadeando varias veces como si estuviera aturdida.
Él tomó ambas manos de ella y tiró de ellas lentamente hasta que ella estaba de pie entre sus piernas tan cerca como podía.
—Lo digo en serio, me gustas —dijo con firmeza—. Me gusta tenerte cerca, me gusta cuando me sonríes, por mí y para mí. Me gusta que digas qué demonios porque es ridículamente adorable.
Me gusta cómo hueles a fruta, a veces es manzana, otras veces fresa, naranjas, duraznos o coco y vainilla.
Me gusta el hecho de que me quieras y nunca me hayas visto menos hombre solo porque mis piernas son defectuosas.