A medida que el sol comenzaba a ponerse, un bardo humano y una dríada finalmente se encontraron cara a cara. Alix se mantuvo firme, sin miedo mientras enfrentaba a la bruja dríada, Boga. Parecía humana, pero al mismo tiempo, no. Su piel era gris como ceniza y tenía patrones enredados de corteza. Su cabello estaba lleno de ondas, bucles y hojas. Parecía un árbol, un árbol vivo, respirando y hablando con una cara humana.
La tierra vibraba con su magia, los árboles la sombreaban y las enredaderas en el suelo se deslizaban a su alrededor como serpientes.
La misión de Alix no era hacer feliz a la bruja o a las dríadas, era matar a la bruja. Dio un paso atrás, activó su armadura y llevó la flauta a sus labios. Así, las líneas de batalla quedaron marcadas.