La primera vez que Wei Ruo pisó el Jardín de Bambú, notó el bambú allí, que aún no había brotado.
Hoy, cuando regresó, los brotes de bambú habían crecido tanto como su brazo. Si no se consumían pronto, envejecerían.
Wei Jinyi se vio obligado a dejar de escribir nuevamente, y levantó la vista hacia Wei Ruo:
—Haz lo que quieras.
Su expresión era de indiferencia y frialdad; su acuerdo provenía del deseo de evitar más conversación con Wei Ruo.
—Está bien, gracias, Segundo Hermano. Volveré pronto con una porción de brotes de bambú aromáticos.
We Ruo le agradeció y corrió hacia los brotes de bambú, arrancando cada uno que había crecido al tamaño adecuado.
Luego regresó corriendo a la cocina.
La pequeña cocina despedía un aroma fragante, y Xiaobei, que carecía de restricción, estaba moliendo tinta mientras tragaba saliva.
Menos mal que la compostura del Joven Maestro era realmente fuerte; el aroma embriagador no le afectaba. Sus trazos de pincel seguían siendo firmes.
