La viuda Xu yacía débilmente en la cama y al ver entrar a Tan Zhengyuan, dijo:
—Tráeme agua, tengo tanta sed.
Tan Zhengyuan retorció sus labios, pensando ¿todavía esperaba que la tratara como a una esclava incluso después de perder a su hijo?
¡En sus sueños!
Sintiéndose intranquila por la mirada de Tan Zhengyuan, la viuda Xu no pudo evitar subir su colcha un poco.
Como ella esperaba, lo que Tan Zhengyuan le dio no fue agua, sino sus puños, una paliza de la que ella podría haberse resistido o huido cualquier otro día.
Pero ahora, después de haber abortado, incluso el mínimo movimiento le causaba un dolor terrible en el vientre. ¿Qué podía hacer?
Los puños llovían sobre ella como gotas que caen, y la frente de la viuda Xu estaba cubierta de sudor frío.
—¡Ayuda! ¡Alguien sálveme, va a golpear a alguien hasta matarlo! ¡Ayuda! —La viuda Xu gritó frenéticamente pidiendo ayuda.
Jadeante, Tan Zhengyuan exigió: