—¿Sin agravios, sin rencores? Jajaja...
Dai Qiangsheng se rió a carcajadas hacia el cielo, su risa macabramente siniestra, haciendo que todos temblaran involuntariamente, sus expresiones cambiaron ligeramente mientras un escalofrío les recorría la espina dorsal.
Después de un rato, Dai Qiangsheng dejó de reír, sus ojos estrechos y llenos de resentimiento y malicia mientras barrian la multitud, como un fantasma vengativo renacido.
—Tú, siempre pretendiendo aconsejar a mi padre para que no me golpee, yo sé que en realidad te regocijas en mi desgracia; y tú, hablando a mis espaldas que soy madera podrida, incapaz de grandeza; tú dices que tengo una naturaleza fría; tú dices que no soy un hombre, por eso es que no puedo tener hijos; tus animales comieron mis cultivos; te trasladaste sigilosamente el mojón a mi tierra, robando mi campo; y tú, tú, tú...