—¡Hermano, espera! —Faris llamó desesperadamente a Siroos, corriendo tras él por los pasadizos. Lo alcanzó justo afuera de la puerta de Cassandra. Estaba allí, con la frente apoyada contra el marco de la puerta, inquieto, su cuerpo entero temblando como si estuviera en espasmos.
Cada músculo, cada vena, cada miembro estaba sumido en dolor mientras contemplaba y decidía qué se suponía que debía decirle.
Faris se acercó lentamente a él, comprendiendo cuán volátil estaba su hermano, podría explotar sin saberlo y golpear a Faris. Su dragón podría surgir en cualquier momento y eso sería aún más desastroso.
Colocando su mano con mucho cuidado sobre el hombro de Siroos, apretó y habló.
—Este no es el momento adecuado para verla, ella está sufriendo y verte empeorará las cosas.
Siroos apoyó ambas manos en el marco de madera de la puerta y se inclinó más, los músculos de sus brazos tan tensos que dolían. Se estiraban y las venas sobresalían mientras lamentaba roncamente.