—Cien mil, ochenta mil. ¿No es eso fácil?
—Te daré ciento ochenta mil. Ve y dile al anciano este mensaje —llamó Shen Jinghe a Wenyan, quien estaba a punto de escaparse.
—¿Despreciarme, Shen Jinghe! ¿Acaso no tengo ciento ochenta mil? Te daré ciento ochenta mil y diez centavos. Tú ve y dile a papá.
—¡Piérdete! ¿Cómo se atreve a insultarlo con diez centavos, se ha vuelto loca?
Parece que no sabe nada sobre el poder del dinero.
—¡Un millón ochocientos mil!
—Eh, ¿crees que no lo tengo?
—¡Dieciocho millones! —apretó los dientes Shen Jinghe, decidido a enfrentarse a Wenyan hoy.
—¡Los ojos de Wenyan se abrieron de par en par por la sorpresa!
«De ninguna manera, ¿está loco Shen Jinghe? ¿Ha perdido la cabeza? Pero, ¿quién rechazaría dieciocho millones?», pensó.
—¡Trato hecho!
—Ja, el dinero verdaderamente es omnipotente —comentó Shen Jinghe.