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Desde que Pei Yang se unió al equipo de búsqueda y rescate en el mar, Shen Mingzhu había estado de mal humor.
Las madres conocidas, al ver su fría actitud, sabiamente optaron por no acercarse a ella, pero siempre había quienes obviaban eso
—Oye, Mingzhu, frunces el ceño todos los días, debes estar preocupada por tu Pei Yang, ¿no es así? —dijo alguien.
—Si me preguntas, el destino de cada uno está predeterminado por los cielos, preocuparse es inútil.
—Tener a un hombre como Pei Yang, más te vale aceptar tu mala suerte. Con los vientos fuertes y las olas del mar, es fácil perder la vida en un accidente.
—Una vez que le pase algo a tu Pei Yang, te quedarás viuda con un hijo que criar, ¿cómo vas a manejarte entonces? —comentó con malicia.
Al ver el regocijo indisimulado en la cara de Shen Baolan, Shen Mingzhu sintió esa extraña sensación surgir nuevamente en su corazón.