Han Yu no solo extrañaba a su nuera, sino que también anhelaba a sus tres hijos. Había pasado más de un año; los niños ya deberían haber aprendido a hablar. Al pensar en sus hijos balbuceando sus primeras palabras, Han Yu no pudo evitarlo; deseaba verlos inmediatamente.
—No sabía cómo estaba la situación aquí, así que temía que fuera inseguro y vine primero yo solo, dejando a los niños en el Zhuangzi —dijo Su Wenyue, mirando la reacción de Han Yu, su corazón se inundó con un resentimiento sofocado como por capricho—. Venir o no realmente no importa; después de todo, a nadie le importamos nosotros, la madre y los niños. Si no hubiera regresado yo sola, probablemente nos habrían olvidado y dejado a un lado hasta los confines de los cielos cubiertos de nubes.
