—No tienen que ser así, salvar vidas como médico es nuestra responsabilidad —dijo Ni Yang—. En cuanto a ser un Doctor Divino, no me atrevo a afirmarlo. Hay demasiadas personas en China que tienen habilidades médicas mucho más superiores que yo.
Su voz era suave y estaba llena de una sonrisa ligera. No había arrogancia ni autocomplacencia en su expresión, tampoco había una satisfacción presuntuosa por haber curado una enfermedad obstinada. En su lugar, era humilde y contenta, dando a la gente una sensación muy cómoda al mirarla.
Zhou Suhua miró a Ni Yang, su rostro lleno de sonrisas.
—No deberíamos estar aquí parados, entremos —continuó Ni Yang.
Detrás de ella, Yang Dahai y Yang Changzheng entraron a la casa, cargando paquetes.
La casa era una simple morada rural, sin ningún mueble valioso. Las sencillas mesas y taburetes mostraban su pulcritud, haciéndola sentir muy cálida y acogedora. El aire estaba lleno de un tenue aroma de magnolia.