—Ya lo apliqué en casa, no te preocupes —mintió Evelyn, sin atreverse a darse la vuelta para enfrentarlo. En respuesta, el agarre de Zevian en su muñeca se apretó, enviando su corazón a un ritmo frenético.
En un movimiento rápido, él soltó su muñeca, pero antes de que Evelyn pudiera suspirar aliviada, sus grandes manos se posaron en sus hombros, haciendo que su respiración se entrecortara. Todo su cuerpo hormigueaba con electricidad por el calor de sus palmas. Él agarró sus hombros y suavemente, pero con firmeza, la guió para que se sentara.
Las intenciones de Zevian eran claras; era justo que ella soportara la misma tortura que él había sentido bajo su toque. La forma en que sus dedos se habían demorado en sus músculos, él sabía que lo había disfrutado, y no estaba dispuesto a dejarla escapar fácilmente.