Cuanto más hablaba la Señora Hu, más emocionada se ponía. —Bian Yuanzhi ya se ha puesto ropa nueva. En solo unos días, ha engordado y su tez ha mejorado. Después de comer, una criada le limpia la boca y se asegura de que su sopa no esté demasiado caliente. Puede comprar lo que quiera. Incluso puede tirar un palo de dulce de espino cerval solo por diversión.
Cuando lo dijo, hasta los niños que estaban a su lado vinieron y tragaron saliva con los ojos brillantes.
—¿Por qué lo tiraría? Me lo puede dar a mí.
La Señora Hu miró al niño que habló. —¿A ti? Cuando pasaba penurias aquí en el pasado, ¿le diste un grano de maíz? Sigue soñando.
Todos estaban extremadamente envidiosos. Si hubieran sabido que Bian Yuanzhi tendría tanta suerte, lo habrían tratado mejor.
Una de las familias entre la multitud estaba atónita. Cuando pensaron en la bolsa de arroz blanco que había aparecido de repente en su habitación hace unos días, su corazón latió fuerte.
