Capítulo 6
Al llegar a su casa, Yoruha no podía dejar de pensar en lo importante que era probar sus habilidades. "Entre menos sepa sobre ellas, más peligroso será", se dijo mientras abría la reja. Esta estaba entreabierta, probablemente porque su padre había salido temprano de su trabajo . Si hubiera estado cerrada, seguramente habría chocado con ella debido a su distracción.
Entró en la casa, se quitó los zapatos y se dirigió a la sala, donde encontró a sus padres. Su madre, sonriente, le preguntó: —¿Cómo te fue hoy? —Todo bien —respondió Yoruha, intentando sonar despreocupado—. Tuvimos el discurso del director para los estudiantes de nuevo ingreso. —¿Y no hay alguien que te llame la atención en tu salón? —su madre lo miró, buscando alguna reacción en su hijo. Un leve sudor frío recorrió su espalda ante la pregunta, pero logró mantener la calma. —Nadie en especial. Aunque mi salón tiene el mismo número de chicos y chicas. Su padre, que había estado escuchando, intervino: —Eso es raro. Digamos que tuviste un día de suerte, ¿no?
Yoruha pensó para sí mismo: *Hoy no fue ni un día de suerte ni de mala suerte, más bien fue un día peculiar*. —Me dejaron tarea —dijo rápidamente, tratando de cambiar de tema—. Subiré a hacerla. Avísenme cuando sea hora de cenar. —Te avisaré —respondió su madre.
Mientras subía a su habitación, sus pensamientos volvían una y otra vez al mismo punto: *Debo salir esta noche para probar mis habilidades. Tal vez incluso firme un contrato con alguien*. Una vez en su cuarto, dejó la mochila a un lado y se sentó frente a su computadora. Mientras esta encendía, alzó la vista hacia el techo, sumido en sus reflexiones. Pensó en las consecuencias de otorgar sus habilidades a otras personas.
*¿Qué pasaría si alguien se deja consumir por el poder?* pensó. *Podrían comenzar a matar por placer, causando una masacre, atrayendo demasiada atención.* Otra posible consecuencia sería que quienes recibieran sus habilidades desarrollaran un complejo de superioridad.
Sin embargo, también veía las ventajas: *Podría ayudar a personas que lo necesiten, resolver problemas complejos, mejorar sus vidas...* Se dio cuenta de que, al final, todo dependía de cómo cada individuo usara las habilidades. No había bien ni mal intrínseco, solo el uso que se le diera.
*Necesito añadir cláusulas nuevas a los contratos,* pensó, mientras estructuraba en su mente algunas reglas adicionales. Por ejemplo, aquellos con habilidades no podrían matar indiscriminadamente, y si deseaban hacerlo, tendrían que enviar una solicitud explicando sus razones. Esto no aplicaría a la autodefensa, pero aún así temía que algunos abusaran de esta excepción. También establecería que no se podrían usar las habilidades en público, ni revelar la identidad de quienes las poseían, ni grabar ninguna prueba.
Además, planeaba implementar un sistema de comunicación mental. Cuando quisieran hablar con él, solo necesitarían pensar en ello, y él decidiría si aceptaba la comunicación o no. También les permitiría rastrear su ubicación, siempre y cuando Yoruha lo solicitara, sin que la otra persona lo supiera.
Con sus pensamientos más claros, Yoruha se dio cuenta de que la computadora ya había encendido. Descargó un mapa de la ciudad y recopiló información sobre las zonas importantes y aquellas donde se concentraba más actividad para evitarlas durante su salida. Al terminar, guardó todo en una tarjeta de memoria que introdujo en su teléfono. Luego, borró su historial de navegación, sabiendo que no podía eliminar todo rastro, pero era lo mejor que podía hacer por el momento.
Mirando hacia su balcón, vio a su gato, Kuro, dormido sobre una silla. *Tal vez debería pedirle que me acompañe esta noche*, pensó Yoruha, recordando que Kuro era su fiel compañero en estos asuntos y podía ayudarle en su misión nocturna.
Kuro abrió un ojo, captando la mirada de su dueño. El gato se estiró perezosamente y murmuró: —Déjame dormir un poco más. —¿No quieres cenar? —le preguntó Yoruha. Al escuchar eso, Kuro se despertó por completo. —¿Dónde está la comida? —preguntó, mirando a su alrededor con interés. —Nos llamarán a cenar en cualquier momento. Por cierto, esta noche saldremos juntos. Kuro suspiró con una sonrisa amarga. —¿No puedes posponerlo para mañana? —No. Pero te daré más comida como recompensa por acompañarme. Kuro, ahora motivado, sonrió victorioso. —¿A qué hora salimos? —Cuando mis padres se duerman —respondió Yoruha.
Al rato, escucharon la voz de su madre llamándolos a cenar. Kuro salió disparado hacia el comedor mientras Yoruha bajaba con más calma. Al llegar, el aroma de la comida recién hecha lo envolvió, y preguntó: —¿Quién cocinó hoy? —Yo —respondió su madre, orgullosa. —¿Qué te parece la cena? —preguntó su padre, mirando con complicidad a su esposa. Yoruha, sonriendo, se sentó a la mesa. —Vamos a cenar —dijo, y empezaron a comer.
Después de la cena, Yoruha se excusó diciendo que terminaría su tarea, y sus padres le advirtieron que no se acostara tarde, recordándole que estaba en plena etapa de crecimiento. Yoruha les sonrió, sabiendo que en realidad planeaba salir esa noche.
Ya en su habitación, pensó en cómo ocultar su identidad durante la salida. Abrió su armario y encontró un traje negro junto con una máscara que cubría la mitad superior de su rostro. La máscara, de un color negro profundo, tenía cuernos plateados que recordaban a la luz de la luna. También se colocó unos guantes de cuero para no dejar huellas.
Miró la hora en su teléfono. Eran las 9:58 p.m. Decidió esperar hasta las 10:30 p.m., cuando sus padres ya estarían dormidos. Mientras tanto, en la planta baja, sus padres terminaban de lavar los platos. Su madre sugirió ver una película en su habitación, a lo que su padre respondió con una sonrisa coqueta.
Cuando el reloj marcó las 10:30 p.m., Yoruha se cambió, se colocó la máscara y llamó a Kuro. Abrió la puerta corrediza del balcón y miró la luna. Los cuernos plateados de su máscara y sus ojos, ahora reflejando la luz de la luna en un tono azul plateado, le daban una apariencia sobrenatural. Era como si la noche misma lo acogiera.
Sin hacer ruido, saltó desde el balcón y aterrizó suavemente en el césped. Kuro lo siguió, y ambos se adentraron en la noche.